Corpus Christi, esa presencia cercana

Fr. Sebastian Vera A.
Fr. Sebastian Vera A.
Convento San Valentín de Berrio Ochoa, Villava

 

Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

¡Cómo echamos de menos la presencia cercana, directa, de aquellos a quienes amamos! Queremos sentir; y abrazar; y hablar, con calor a veces, con calma y paz otras. Algo de esto me trae la celebración del Corpus Christi. Una fiesta de tanto arraigo en muchos lugares, al principio, sólo se celebraba la fiesta de la Eucaristía, fue santa Juliana de Monte Cornillón la impulsora de esta festividad, que finalmente fue aprobada por el Papa Urbano IV, con la bula Transiturus en 1264. En España es una fiesta muy enraizada. En Toledo, desde luego, Sevilla, también en Valencia, donde vivo actualmente, se celebra desde 1355: las calles se engalanan, música y canto de honda tradición, personajes bíblicos de bello simbolismo. En América, en donde están mis raíces, desde la época de la colonia se celebra este culto de manera muy solemne, fue un motivo más de la evangelización; quienes la llevaron a termino al principio fueron los dominicos y mercedarios. Una fiesta de exaltación del Santísimo Sacramento que viene de siglos; con una gran carga de patrimonio cultural, religioso y, en ocasiones se la ha vinculado con una expresión de señorío y de poder.

Está bien, pero me quedo con la presencia cercana. Es buena la confesión pública de la fe, pero no logro conjugar que en la misma procesión caminen juntos el sacramento del amor con las armas que portan los militares.

Ya sabemos que el culto al Santísimo Sacramento no viene desde el comienzo del cristianismo. Fue en el s. XIII cuando empezó. Y así ha seguido. Hay también santos y santas que se les asocia con la Eucaristía, además de Santa Juliana, está Santa Clara, Santo Tomás de Aquino, San Pascual Bailón entre otros. En la época moderna cobra gran fuerza esta espiritualidad. Y ha dado nacimiento a movimientos espirituales de hondo arraigo como la Adoración Nocturna o a congregaciones religiosas femeninas y masculinas como: las Adoratrices, las Siervas del Santísimo Sacramento, la Congregación del Santísimo Sacramento (sacramentinos) y muchas más que viven esta espiritualidad.

No me siento a gusto con la exaltación y el poder. Lo rehúyo, me desazona lo fuerte y giro la mirada hacia lo débil y lo desamparado. Me siento bien y en paz en una capilla de la comunión. Allí nada hay que manifestar, nada hay que demostrar. Ahí, en la penumbra, me dejo llevar, apago ruidos de dentro, a veces encuentro sosiego; y, entonces, escucho y suplico, yo que soy pobre y necesitado, publicano mendigando la mano sanadora de Cristo Jesús. Siento esa presencia cercana de Dios hecho hombre. Su presencia y su ternura.

Pero no quiero adorar a alguien, solo, ahí, delante de mí. El silencio me recuerda que no hay presencia de Cristo, que Él no se acerca, si no estamos en la comunidad. Sólo en la vida de la celebración de la Eucaristía tiene sentido y realidad el culto al Santísimo Sacramento, comunidad creyente abrazada en torno al pan y al vino.
Y me reclamo también que sólo entregándome, compartiendo, siendo solidario con los otros, puedo acercarme en silencio a esa presencia guardada, discreta, humilde, en un Sagrario.

¿Cómo voy a vivir el pan de la Eucaristía si no sé que es dar un trozo de pan a mi hermano hambriento? ¿Con qué actitud me a acerco a comulgar el Cuerpo de Cristo si no comulgo con el extranjero, con el que es diferente, con el que no piensa como yo? porque él, también es Cuerpo de Cristo. Ya lo dice Jesús: “A mí me lo hicisteis”. Y escucho en el alma que el ofrecer la vida a mis hermanos es ser como ese Jesús a quien quiero seguir sin guardarme nada.