I DOMINGO DA CUARESMA

En este primer domingo del tiempo de Cuaresma, el mensaje central del evangelista Lucas es uno: Jesús, en el desierto, era guiado por el Espíritu Santo y fue tentado. El texto lucano recurre a los datos de los otros dos evangelios sinópticos y les da un matiz diferente. Al contrario que los evangelistas Mateo y Marcos, las tentaciones no siguen al relato del bautismo, sino a la genealogía ascendente de Jesús, que se remonta al principio: la humanidad de Jesús desciende de la de Adán, con excepción del pecado.

En la primera tentación, el diablo intenta sembrar la duda en Jesús, cuestionándole su divinidad, como enviado del Padre: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». En nuestros tiempos, ignoramos la eficiencia y la eficacia de privarse de algo con un fin mayor. Nuestros sentidos generalmente tienden a engañarnos. Privarse de algo ahora por cierto tiempo (comida, móviles, redes sociales…) para recuperarlo después es una antigua sabiduría que no debemos olvidar. Libres de la corrupción de los sentidos, dejamos lo superfluo y buscamos lo esencial en todo.

En la segunda tentación, el diablo lleva a Jesús a un lugar privilegiado, donde se pueden ver todos los reinos del mundo. Lugar en que se complacen los ojos, viendo la tierra que será dominada y sojuzgada. Habla como si fuera Dios, prometiéndole además poder y gloria. Jesús responde citando la Torá, la primera parte de la Biblia hebrea, donde se encuentra el shemá, la oración del Antiguo testamento por excelencia: «Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto» (Dt 6,4-5). Esta fe del pueblo no se basa en verdades o principios abstractos, sino en lo que Dios ha hecho con ellos: el acontecimiento pascual fue la liberación del yugo en Egipto, con vistas a llegar a la tierra prometida, don de Dios. Para nosotros, cristianos, Jesucristo es la manifestación plena de esta alianza.

La tercera tentación culmina en el centro de todo el mundo social, político y religioso de Oriente Medio: la ciudad de Jerusalén, donde sucederá la pasión, muerte y resurrección de Dios Hijo. Ahí el diablo pone a Jesús en el alero del templo, lugar destacado. Utiliza citas bíblicas para fundamentar sus respuestas. Sin embargo, Jesús hace referencia a otro pasaje de las Sagradas Escritura que fundamenta la fe: «No tentarás al Señor, tu Dios» (Dt 6,16). Ahora bien, ¿qué significa tentar a Dios? Tentar a Dios en esta perspectiva significa dudar de su amor, de su presencia salvífica. Exigir, esperar o procurar que Dios se manifieste, cuando el hombre se lo ordena, de forma espectacular. Desafiarlo para que produzca signos excepcionales, para demostrar que se preocupa de la suerte de su pueblo y de uno mismo.

Tal como Jesús confió en Dios, a través de su fidelidad, nosotros, que profesamos la misma fe, también debemos depositar nuestra confianza en Dios, para que él nos ayude a recorrer la travesía de nuestros propios desiertos, a vencer las tentaciones de la concupiscencia, del orgullo y de la soberbia, encerradas en el interior de cada uno. Para que se restablezca el orden de todas las cosas, pues «nadie que crea en él quedará confundido» (Sal 25,3). Jesús fue tentado, pero nunca estuvo solo. Estuvo siempre en oración. Estuvo siempre junto al Padre, por la maravillosa acción del Espíritu Santo.