Palabras que sienten, palabras cercanas, palabras que curan

El Evangelio de hoy nos presenta al leproso que se acerca a Jesús y suplicándole, se pone de rodillas. En el gesto de caer de rodillas ya está confesando la mesianidad de Jesús, es decir, lo está reconociendo como Señor. Esto nos puede ayudar a pensar cuántas veces en nuestra vida los gestos que hacemos nos engañan. Podemos decir o no decir, de palabra muchas cosas, pero los gestos son los que nos “traicionan”. Los gestos son los que nos “predican”. Hablan de nosotros. Por eso, aunque aquel leproso no dijese literalmente “Señor”, como en otros tantos casos en el Evangelio, sí que había reconocido la importancia de Jesús.

Jesús siente lástima de aquél hombre, que poniéndose de rodillas le suplica. Y esta es la expresión literal: “sintiendo lástima”. Acto seguido, extiende la mano y lo toca. Tenemos un proceso importante: siente lástima, extiende la mano y lo toca. Parece una estructura básica, que en la figura de Jesús, se convierte en estructura fundante para el obrar cristiano. En primer lugar “sentir lástima”, esto nos habla de un corazón sensible a las necesidades de los otros. Nos habla de un corazón que se abre al hermano, que siente con él, que “com-padece” con él. A lo cual podemos preguntarnos ¿Sentimos las necesidades de los demás? ¿Compadecemos con los otros? ¿O nos limitamos a mirar lo que pasa en el mundo sin sentirlo propio? Todo lo que le pasa alguien, de alguna manera, también me afecta a mí.

Segundo gesto: “extendió la mano”. ¿Extendemos las manos a los otros? Fruto del compadecerse, nace la dinámica de acercamiento al otro. Nace la dinámica evangelizadora, y evangelizante, de ayudar. Poner los medios para acercarme al otro, es la manera correcta de entender ese compadecerse. Esto que parece algo sencillo, incluso obvio, no es tan obvio, porque con este gesto nos estamos haciendo prójimo del otro. En la Biblia encontramos muchos ejemplos de prójimos, incluso podemos recordar la pregunta que le hicieron a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? A ella Jesús responde con la parábola del buen samaritano (Cf. Lc 10, 25-37). Y la respuesta de Jesús en este caso, como en el Evangelio de hoy, es que el prójimo no es el otro, el prójimo soy yo: cada vez que me acerco a alguien me estoy haciendo próximo, me estoy haciendo prójimo del otro. Por lo tanto, la dinámica del prójimo, no está en que los otros se me acerquen; sino que yo me hago próximo al que sufre, al que tiene necesidad de mí.

Tercer gesto: “lo tocó y dijo: queda limpio”. Gesto y palabra. Esto tiene sus repercusiones profundas para la teología. El gesto, en Jesús viene acompañado por una palabra que lo explica. Y es el tercer paso en la obra del discípulo. No sólo hay que hacerse próximo al que sufre, hay que trabajar para que ayudemos, para solucionar la situación del otro. Pero no sólo podemos ayudar con gestos, sino que también podemos ayudar con palabras. Cuantas personas en nuestra sociedad del bienestar, donde todos tenemos lo suficiente y necesario para vivir, nos falta precisamente, una palabra amiga que nos diga: ¡Ánimo, adelante! ¡Venga, tú puedes! Estas palabras son las más difíciles de decir. De hecho, son las palabras dichas con el corazón, las que más cuesta pronunciar. Y estas son las palabras que Jesús nos invita a decir. Palabras que nacen de un corazón que siente y compadece, que nacen de un corazón que se acerca al otro, de un corazón en definitiva, que pronuncia y cura. Porque este es el objetivo: curar y remediar con nuestras palabras, situaciones de sufrimiento y dolor.

Por lo tanto, nuestras palabras deberían intentar ser palabras que bendicen, que ayudan y que curan. Pero palabras que nacen de la profundidad que entiende y compadece. Palabras que se acercan, que se manifiestan cercanas a realidades dolientes y sufrientes de nuestro mundo. Palabras, finalmente, que curan situaciones de soledad, sufrimiento, indiferencia y marginación.