¡Dios se encarnó!

¡Dios se encarnó!

El encuentro con Cristo es un cara a cara que transforma y nos lleva a la santidad.

Yo pienso que no somos conscientes aún plenamente de lo que estamos viviendo estos días. Estamos afirmando que Dios… Dios con mayúsculas, el sumo bien, el que no tiene tiempo, ni espacio, ni forma, el que está en todo, sustenta la existencia, el que es trascendente, amor pleno, y el que nos ha pensado individualmente desde la eternidad. Ese se encarnó. “La palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). Se hizo finito, temporal, con un cuerpo humano, muriendo, sufriendo, pasando frío, calor, siendo inmanente, amando a sus conciudadanos, y pensando en los que nadie pensaba. Además, todo eso lo adquirió sin dejar de ser lo anterior, es decir, siendo Dios y humano.

Estamos a mi juicio, ante el mayor mysterium fidei. Un misterio que nos interpela, que nos ha dicho: ¡es posible! Se puede ser un ser humano y estar en plena comunión con Dios. Cristo nos abre la puerta del acceso a Dios, de par en par, para siempre y de la manera más eficaz.

De esta manera, la gran manera de realizar esta comunión con Dios es con el encuentro con Cristo. Un cara a cara que transforma, y que nos lleva a la santidad. San Pablo lo tenía clarísimo, llegando a afirmar que, fruto de esta comunión, llega a vivir Cristo en él.