Esa pobre viuda ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie XXXII DOMINGO DEL T.O.

Fr. Eleandro Emilio Pérez Acuña
Fr. Eleandro Emilio Pérez Acuña
Casa Natalicia San Vicente Ferrer (Pouet de Sant Vicens), Valencia
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El fragmento del Evangelio de Marcos que nos presenta la liturgia de este XXXII domingo del tiempo ordinario nos muestra dos enseñanzas de Jesús con un contraste increíblemente fuerte: la primera nos advierte sobre la falsa religiosidad, y la segunda sobre un gesto, humilde y casi desapercibido, que nos debe llevar a vivir auténticamente el Evangelio. Esto nos puede ayudar a comprender la forma en que debemos dar culto a Dios y cómo debe ser nuestra entrega a él.

Vivimos en una sociedad en la que lo que prima es la búsqueda del éxito: lograr cada día una mejor posición, el reconocimiento, tener más seguidores en las redes sociales o ser un influencer. El problema se da cuando estas búsquedas nos llevan a tener la mirada en uno mismo y en los propios objetivos, obviando o aplastando a los demás. Peor aún es cuando estas mismas actitudes las llevamos al plano de nuestra relación con Dios. Esto es lo que el Señor denuncia de los escribas en la primera parte del evangelio. Jesús arremete contra los gestos vacíos de quienes se creen especiales o distintos, contra los que buscan honores y privilegios. Advierte contra aquellos que convierten a Dios en el objeto de su negocio a costa del abuso y la explotación de los hermanos. En definitiva, el Señor denuncia la hipocresía y la incoherencia de quienes muestran al mundo una actitud religiosa intachable, pero en el fondo solo desean ser reconocidos como superiores y beneficiarse de la fe de los demás.

En contraposición a esto, Jesús pone su mirada en la pobre viuda, que entrega a Dios todo lo que tiene, por poco o insignificante que pueda parecer ante los ojos de los demás. Gracias al dinero de los ricos, que ofrendaban en cantidad, se podían mantener el templo y sus obras, pero no es esto lo que llama la atención del Señor. Lo que realmente lo conmueve es aquella mujer, que, sola y pobre, ofrece todo cuanto posee a Dios. En términos prácticos su ofrenda fue insignificante, pero lo de Dios es el amor y no las finanzas. El verdadero valor de su ofrenda está en la entrega a Dios sin medidas, en la donación total a él.

En una actitud contraria a la de los escribas, que buscaban aprovecharse de la religión, esta mujer pone lo que tiene, sin guardarse nada para sí, al servicio de los demás. Así debe ser nuestra relación con Dios: sencilla y humilde, a la vez que sincera y sin reservas.