Extendió la mano y lo tocó - VI Domingo T.O.

En el evangelio de hoy destaca una frase: Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero”. Jesús se compadece. Tiene al leproso cerca y se emociona. Se hace cargo de su situación.

Quizá en ese momento Jesús pensara en la idea del Dios del levítico. Una idea de Dios que mandaba la lepra como castigo divino. Y posiblemente se dijese a sí mismo: “Dios no es así”, “Mi padre no excluye a nadie de su compañía”, “Mi padre no espera el pecado de la humanidad para castigarla con desgracias como la lepra.” Más bien como diría Santo Tomás: “Dios ama todo lo existente”. Es por eso que extiende la mano, y es por eso que no tiene inconveniente en tocar las llagas de la lepra, en transmitir consuelo con el tacto, en transmitir al fin y al cabo calor humano.

No menosprecia al que algunos llamaban “impuro”, no obedece ciegamente los preceptos legalistas, al tocarle le está diciendo al leproso: “Para mí, eres, existes, y te acojo”. Así este gesto inicia tanto la limpieza exterior, la sanación del leproso, como su purificación interior, la curación de su soledad. Una transformación que exclama con la voz de San Juan de la Cruz: “Oh toque delicado, que por la delicadeza de tu ser divino penetras sutilmente la sustancia de mi alma”.

Porque sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero”. Aquí en esta frase, se concentra la Historia de la Salvación, se manifiesta la voluntad de Dios de sanar a su creatura enferma, devolviéndole una vida en abundancia.

Cristo es el verdadero médico de la humanidad, es la mano de Dios tendida a la humanidad, para que se levante y se apoye en la roca firme de la fe y del amor, formulando sintéticamente el sentido de la existencia cristiana: no una idea, no una filosofía, no un libro, sino el encuentro personal con Jesucristo, y la experiencia de su amor gratuito.

Porque de esta manera nosotros viviremos una vida con misericordia. Una misericordia que se desglosa en un vivir como el que refleja el pasaje del evangelio, un vivir cercanos, de corazón; valientes, aunque duela; críticos, buscando el porqué; e iluminados, por la fe y por el amor.

Esta vida nos otorga la posibilidad de ser verdaderos predicadores de la gracia, predicadores que sepamos limpiar y sanar heridas espirituales, predicadores que seamos instrumentos del amor de Cristo. Predicadores en definitiva que sintamos lástima, extendamos la mano, toquemos y digamos: “quiero”.