Solemnidad de la Sagrada Familia

Hace unos cuantos días atrás celebramos con mucho entusiasmo la noche en que Dios eterno decide nacer en el tiempo, y en esa noche san José y la Virgen María son testigos por vocación de ese misterio de amor admirable.

María y José son padres de Jesús por vocación: el mismo Dios los ha preparado para tal fin y los ha llamado. María será la primera en escuchar el anuncio del ángel, y sin titubear dirá su sí. Comienza una historia de amor, el más hermoso y misterioso; María se convierte en Madre del amor hermoso.

Cuando José, que ama profundamente a su esposa, ve con sus propios ojos que María ha concebido una nueva vida que no proviene de él, como hombre justo, piensa que debe retirarse. Pareciera que el sueño de José, el sueño de un amor tan grande y profundo, que estaba llamado a llegar hasta la eternidad, se desvanecía; es más, pareciera que en este misterio el buen José ha sido excluido.

Y Dios interviene en la vida de José, y se dirige «al esposo de la Virgen de Nazaret» en un sueño, porque no interrumpe el sueño de amar a su esposa; por medio del ángel lo llama a su verdadera vocación. Se lo confirma como verdadero esposo de María Virgen, y padre de la descendencia de David, del Salvador del mundo.

Confirmada la vocación de José y María en este proyecto, en esta historia de amor, la familia que forman al nacer Jesús, se constituyen en verdadera familia, la Sagrada Familia, y se introducen en este misterio de amor con un corazón forjado en la oración y en la escucha de la Palabra: «solían ir cada año a Jerusalén».

Jesús, que no necesita ser llamado por un ángel, siendo Dios sabe su misión, emprende su camino con gestos que el corazón soñador de sus padres no puede del todo comprender, solo aceptar. Jesús ha venido para cumplir la voluntad del Padre Eterno.

Nuestra vida está llamada a ser cristianos por vocación: no interrumpe nuestra historia, no ignora nuestros sueños; nos lleva a la construcción de una historia de amor que nos hace plenos en las manos del Eterno Amor. Ciertamente, la familia de Jesús pasó por problemas, tristezas y dolores. No será fácil este camino: Jesús sabía que en su misión no hay resurrección sin cruz, no hay cruz sin el camino del Calvario, y había que emprender el camino. ¡Comencemos el nuestro!