XV DOMINGO DEL T.O - EL BUEN SAMARITANO

Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang
Fr. Jesús Nguema Ndong Bindang
Couvent du Saint-Nom-de-Jèsus, Lyon
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El evangelio que nos propone hoy el calendario litúrgico relata la parábola del buen samaritano, sin lugar a dudas, una de las parábolas más conocidas. Esta parábola nos descubre una de las más preciosas lecciones sobre el amor al prójimo.

Todo comienza con la pregunta de un experto en la ley sobre lo que ha de hacer para heredar la vida eterna. En la respuesta, Jesús le remite a las escrituras, que exhortan al amor a Dios y al prójimo. Pero parece que el experto en la ley tiene “bien asumido” lo que es el amor a Dios, pero, sin embargo, parece que no termina de entender o asumir lo que es la projimidad, por eso, queriendo justificarse, le pregunta a Jesús: “y ¿quién es mi prójimo?”. Para un judío la cuestión tenía una respuesta clara en la ley: prójimo es todo miembro del pueblo de Dios. En la respuesta de Jesús, sin embargo, todo hombre que se aproxima los demás con amor es el verdadero prójimo, aunque sea extranjero.

Seguramente el legalista esperaba que Jesús diera una definición que delimitara al prójimo a sus amigos y entorno más próximo. Jesús, sin embargo, trasciende las fronteras sociales, culturales, religiosas…, y lo hace mediante el relato de la parábola del buen samaritano.

En esta parábola, se narra cómo un sacerdote y un levita —los expertos en la ley— pasan de largo, no socorren a un hombre que había sido apaleado y está en situación urgente de necesidad. Sus conocimientos no les sirvieron para responder a la necesidad concreta que se les presentaba; ambos dan un rodeo para no enfrentarse a la realidad del hermano que sufre al borde del camino. En cambio, un samaritano, oriundo de una región oficialmente pagana, ajeno al templo y a sus ritos, ofrece la medida exacta de lo que Jesús quiere proclamar: la primacía del amor sobre los cultos religiosos.

Resulta bastante curioso la descripción minuciosa que hace el evangelista de las acciones específicas realizadas por el anónimo samaritano: se para junto al moribundo, siente compasión de él, venda sus heridas, echa aceite y vino en ellas, le monta sobre su propia cabalgadura, le lleva a una posada, cuida de él, paga sus cuidados al dueño de la posada y se compromete a pagar al posadero lo que gaste de más.

Ciertamente, la actitud del samaritano ofrece la más alta y bella comprensión del concepto de projimidad, que ya no se circunscribe a unos lazos sanguíneos, a las amistades, conciudadanos, paisanos…. sino que, “mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora" (Cf. Deus Caristas Est, nº 15).

Pidamos a Dios que nos ayude a imitar la misericordia y la compasión del samaritano portándonos como prójimos de todo hombre y mujer que nos encontremos necesitado en el largo y duro camino de la vida.