Francisco Coll y Guitart, OP.

Francisco Coll y Guitart, OP.

Fr. Vito Tomás Gómez García
Fr. Vito Tomás Gómez García
Convento de Santo Tomás de Aquino, Sevilla


Francisco Coll y Guitart, fundador de las Hermanas Dominicas de la Anunciata, nació en Gombrèn, diócesis de Vic y provincia de Gerona, en España, el 18 de mayo de 1812. El 19 del mismo mes y año recibió el bautismo. Desde la infancia se sintió inclinado al sacerdocio y, en orden a su preparación, se incorporó al seminario de la capital de su diócesis en 1823, donde cursó estudios humanísticos y el trienio filosófico. En 1830 ingresó en la Orden de Santo Domingo en el convento de la Anunciación de Gerona. Tras el año de noviciado y consiguiente profesión religiosa hasta la muerte, en octubre de 1831, se entregó al estudio de la teología, y recibió las órdenes sagradas hasta el diaconado inclusive.

En agosto de 1835, con sus hermanos de comunidad, se vio obligado a abandonar el convento a causa de las leyes persecutorias contra los religiosos en España. Vivió heroicamente su consagración religiosa en calidad de fraile exclaustrado, ya que a lo largo de la vida no fue posible restaurar convento alguno de frailes de la Orden de Predicadores en el territorio de la Provincia de Aragón a la que pertenecía. Recibió el presbiterado en Solsona el 28 de mayo de 1836 y, al comprobar que no se autorizaba la reapertura de conventos, de acuerdo con los superiores, ofreció sus servicios ministeriales al Obispo de Vic. Éste lo envió como coadjutor a la parroquia de Artés, primero, y, poco después, en diciembre de 1839, a la de Moià.

Desde el comienzo de su entrega al ministerio asumió tareas que iban más allá de las estrictamente parroquiales. El celo que le devoraba lo salvó de la inercia de la exclaustración. Formó en un principio parte de la «Hermandad Apostólica» que promovió San Antonio Mª Claret, y se entregó a predicar ejercicios espirituales y misiones populares. En 1848 recibió el título de «Misionero Apostólico». Diferentes Prelados lo llamaron a sus diócesis para que desarrollara una predicación misionera, que fue pacificadora en tiempo de frecuentes guerras civiles. Su nombre se hizo popular y venerado por las diferentes comarcas de Cataluña.

El celo que le devoraba lo salvó de la inercia de la exclaustración.

Reclamaban a porfía su predicación evangélica orientada a reavivar la fe en medio del Pueblo de Dios y a conseguir el retorno de los alejados a las prácticas religiosas. Se valió muy especialmente del Rosario, que propagó entre las gentes de pueblos y ciudades por medio de la renovación de cofradías, establecimiento del «Rosario Perpetuo» en que se alistaban miles de personas, e instrucciones dirigidas a los fieles para que meditaran con fruto sus misterios. En orden a este mismo objeto publicó pequeños libros, titulados «La Hermosa Rosa» y «Escala del Cielo», de los que se hicieron varias ediciones con gran número de ejemplares en cada una de ellas, porque los distribuía abundantemente en las misiones. Predicaba todos los años la cuaresma y los meses de mayo y octubre en honor de María en núcleos importantes por su población: Barcelona, Lérida, Vic, Gerona, Solsona, Manresa, Igualada, Tremp, Agramunt, Balaguer...

Al comprobar la ignorancia religiosa y la falta de correspondencia a las normas de la vida cristiana por parte de los bautizados fundó el 15 de agosto de 1856 la Congregación de Hermanas Dominicas de la Anunciata, para la santificación de sus miembros y la educación cristiana de la infancia y de la juventud, muy afectada por el abandono e ignorancia religiosa. Se halla extendida, no sólo por Europa, sino también por América, África y Asia.

La entrega a la predicación, particularmente por medio de ejercicios espirituales dirigidos a sacerdotes y religiosas, misiones populares, cuaresmas, novenarios y otros modos de evangelización, bien puede decirse que continuó hasta el fin de la vida, aun cuando en los cinco últimos años se vio afectado por una progresiva enfermedad de apoplejía y consiguiente ceguera, que se le declaró el mismo día en que los Obispos del mundo católico se reunían en Roma para iniciar los trabajos del Concilio Vaticano I. Falleció santamente en Vic el 2 de abril de 1875. Fue beatificado por, el hoy beato, Juan Pablo II el 29 de abril de 1979. Canonizado por el Santo Padre Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009.