P. Pire, Premio Nobel de la Paz

Fr. Ángel Romo Fraile
Fr. Ángel Romo Fraile
Convento de San Pablo y San Gregorio, Valladolid

¿Qué fue lo que me conquistó? Bueno, había pensado encontrarme con estatuas y había encontrado seres humanos. En lugar de severidad monástica, encontré a frailes sonrientes. Los dominicos tienen una gran claridad de visión en relación al mundo. No forman una casta sacerdotal apartada de él. Lo que me cautivó fue la irradiante generosidad intelectual típica de la Orden.- Esto responde Dominique Pire cuando un periodista la pregunta por qué eligió la Orden de los Dominicos tras un largo recorrido de selección entre distintas formas de vida religiosa y sacerdotal.

Sí, Dominique Pire, se dedicó toda su vida a buscar seres humanos; su vocación fueron los seres humanos, la humanidad que hay en cada ser humano; la persona concreta, no en palabras y teorías abstractas, como hombre de acción que era. Por eso me gustó tanto la teología. Dios es concreto. Lo especulativo me dejaba frío y a mí me atraía sobre todo la acción.

Si, Dominique buscaba personas sonrientes, buscaba la sonrisa de la persona; sobre todo, en aquellas personas que la habían perdido. Y Dominique se encontró con muchas personas que habían perdido la sonrisa: su vida transcurre marcada por las dos sangrientas guerras mundiales que destrozan Europa.

Dominique es hombre de acción. Ante la miseria que le rodea, dirá: Una repentina resolución se apoderó de mí; debía hacer algo ante aquello. Debía sondear yo mismo las profundidades de la pobreza, como muchos otros habían hecho, y no sólo comprenderla, sino borrarla si podía. Busqué en cada remedio posible, pero hasta trece años más tarde no encontré la cura real, simplemente una abundancia de amor por la Humanidad. Hombre de acción, durante la segunda guerra mundial Dominique funda pequeños refugios para niños, que a la vez le sirven de tapadera para alojar, curar y alimentar a miembros de la resistencia de la que es capellán. Tras la guerra, se desarrollará su principal actividad, por la que recibirá el Premio Nobel de la Paz en 1958: su incansable trabajo a favor de los Desplazados en Europa por la guerra, fundando asilos para ancianos y enfermos y las llamadas Aldeas Europeas, pequeñas ciudades para la rehabilitación e integración de estos miles de refugiados sin país.

Pero lo más importante en Dominique, la mayor herencia que nos deja, el gran mensaje que su vida trasmite, no es ni las Aldeas Europeas en sí, ni los Asilos para ancianos, ni las ONG, ni las fundaciones, ni la Universidad de la Paz, ni el Premio Nobel. No, la mayor contribución de Dominique es el espíritu que hace nacer a estas instituciones, el motor que las mueve, la fuerza que las sostiene. Un espíritu, un motor, una fuerza, que son contagiosos, que Dominique trasmite a los que le escuchan: el profundo sentido de humanidad, la contemplación de la persona concreta, del ser humano concreto. Por eso, él aporta aquello que los gobiernos y los servicios sociales no podían dar. Los Desplazados, muchos de ellos casi desahuciados por las autoridades incapaces de hacer nada por ellos, carecían de mucho más que de país, de casa, de trabajo, de comida, muchos, incluso, de familia. En miserables condiciones, carecían sobre todo de dignidad, de autoconfianza, de moral; habían perdido toda su confianza en sí mismo, sin saber qué esperar. Esta es lo que ve Dominique, esto es lo que sufre Dominique: apenas encuentra sombras de seres humanos, sin sonrisa, sin capacidad de sonreír. Por eso, Dominique, no comienza recaudando dinero para sus Aldeas Europeas, su método es bien diferente: Pensamos en escribir cartas, únicamente para que los refugiados supieran que el mundo no los había olvidado. Comienza así, lo que hoy conocemos como apadrinamiento. En su labor no está solo: los jóvenes con los que siempre Dominique había trabajado en su labor pastoral son los primeros que se entusiasman y comienzan una cadena de correspondencia con los refugiados que, rápidamente, se extiende por Europa. Las impactantes cartas que los refugiados devuelven son el reflejo de que la intuición de Dominique era cierta. Para Dominique, hay que ayudar a que la persona crea en sí misma; hay que creer en la persona. También Dominique cree en la humanidad: Creo que el mundo está progresando espiritualmente, lentamente sin duda, pero progresa. Nos movemos a un ritmo de tres pasos adelante y dos pasos atrás. Lo importante es tener en cuenta ese tercer paso extra.

Dominique continua, en las circunstancias concretas de su época, la tradición dominicana que de tantas formas había combatido contra la deshumanización de las personas; como aquellos frailes que en el siglo XVI, ante la masacre que se estaba produciendo en las recientes conquistas de América, afirman la condición humana de todos los seres del planeta y establecen los bases del derecho internacional. Sí, Dominique se enraíza en esa tradición dominicana y la pone en práctica con los europeos del siglo XX; y después con los pakistaníes, y otros pueblos del mundo. Pero su principal raíz está en su fundador en Domingo de Guzmán, de quien toma el nombre cuando profesa como dominico. Sí, Domingo de Guzmán fue también sobre todo y ante todo un hombre de compasión para los personas de su tiempo. Por eso fundó la Orden, la Orden de la compasión, la Orden de los frailes que sonríen. Como Domingo, Dominique une la acción y la contemplación, porque ¡qué mayor forma de contemplación que la compasión! Desde un acto inicial de amor, [...] el corazón resume su papel como la fuente de las más nobles virtudes que inician la acción pacífica: Amor, Iniciativa, Tenacidad, Realismo, Paciencia.

Todo el que piensa que la vida merece el esfuerzo de vivirla, que hay algo llamado dignidad humana, y que la Humanidad se dirige hacia una meta, puede ser movido por un espíritu de hermandad, compasión y generosidad humana. […] Si sufrir por los que están en dolor y en aflicción es un privilegio, este sufrimiento da lugar a otro privilegio tan rico y de más dulce aroma: la compasión.