Palabra predicada y vida del predicador

Palabra predicada y vida del predicador

 

En este artículo me gustaría recalcar una de las muchas perspectivas y facetas del santo dominico: su modo de predicar. Un modo que nos puede enseñar mucho a los predicadores y predicadoras de hoy en día.

La predicación de San Vicente se articula en tres aspectos: la necesidad de la predicación; la adecuación de la palabra predicada; y la certificación de dicha palabra con la vida del predicador. Aspectos que le otorgaron al santo valenciano la capacidad de llegar al corazón de aquellos a los que predicaba, de incitar a la conversión de vida a los pecadores, y finalmente son los que le llevarán a una fama de santidad.

¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!

Toda su vida predicadora parte del encuentro personal con Jesucristo, y de una fe profunda en Dios, que le incitará a predicar, no por propia iniciativa, ni para gloriarse de su persona o retórica, sino fruto del mandato de Cristo: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15), pudiendo hacer suyas las palabras del apóstol: “¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1 Cor 9, 16). Reafirmándose así la predicación para San Vicente en una necesidad, consecuencia directa de su experiencia de Dios.

Esta profunda convicción de fe proviene del reconocimiento por su parte de cuál era su vocación, propiciando que San Vicente tuviese claro que era Dios quien hablaba a través de sus palabras, y que a la vez Dios le había dado la responsabilidad y el talento de adecuar la predicación a aquellos a quienes iba dirigida. Al igual que San Pablo que con los judíos se hizo judío para ganar a los judíos, con los que estaban sin ley, como quien está sin ley o con los débiles se hizo débil para ganar a los débiles. Un don que se concretó en una predicación universal, capaz de ser entendida tanto en Valencia, en toda España, en el sur de Francia, y en toda Europa. Casi como un nuevo Pentecostés; un momento histórico en el que una palabra que habla de Dios es entendida por cada uno en su propia lengua, y que esta cambia su corazón y su vida.

Por último para que las dos perspectivas anteriores sean captadas como verdaderamente cristianas, deben estar abaladas con la vida del predicador. Como decía nuestro padre Santo Domingo: “docere verbo et exemplo”, que con cierta licencia podría traducirse como: “palabra predicada y vida del predicador”. Una frase que nace de la experiencia que observan, tanto Santo Domingo como San Vicente, en las herejías de su tiempo. Unas herejías que surgen, según ellos, por culpa, en gran medida, de la predicación vacía del clero de la zona. Vacía porque no es creíble, porque aquello que se predica no ha transformado la vida del predicador, en definitiva, porque Jesucristo no ha tocado el alma del predicador en su encuentro personal con Él.

Finalmente diremos que, en la celebración de la onomástica de San Vicente, debemos recordar su modo de predicar, para hacerlo nuestro, siendo consecuentemente predicadores y predicadoras con vocación, con don de palabra, con palabras llenas de Cristo, y con coherencia de vida. Roguemos a San Vicente que interceda por nosotros para que Dios nos de fuerza en esta tarea.