San Jacinto de Polonia

Fr. Antonio Praena
Fr. Antonio Praena
Convento de San Vicente Ferrer, Valencia

Imaginemos por un momento que una guerra o una invasión amenazan con destruir nuestro convento y nuestra iglesia –no sólo es cuestión de imaginar, porque estas cosas solían ocurrir con mucha frecuencia en tiempos de San Jacinto y en otros muchos momentos de la historia-. En esa situación, si tuviéramos que salir corriendo y tuviéramos que rescatar algo que resuma, que represente, lo más importante de lo que ahí allí, ¿qué elegiríamos? Pues San Jacinto eligió la Eucaristía. Y, según la leyenda, la imagen de la Virgen María le habló y le dijo que, además del Hijo se llevara también a la Madre.

Así es. San Jacinto de Polonia es ese dominico que vemos representado siempre con la Eucaristía y con la imagen de la Virgen María en cada uno de sus brazos. No vamos a contar toda su vida, pero sí lo que su personalidad representa.

Ese gesto, el de quedarse con la Eucaristía, me dice que San Jacinto era un tipo que sabía bien qué es lo fundamental en la fe. Porque allí donde se celebra la Eucaristía, está todo lo que necesitamos: está Jesús mismo con toda su persona y todo su ser. Y no está de cualquier manera, está dándose, ofreciéndose, haciéndose alimento para alimentar la vida de los demás. Está él resucitado: ¿para qué queremos más? Además, donde está la Eucaristía está la Iglesia, y no de un ,modo cualquiera, sino de un modo vivo, es decir: está reuniendo a los que creen, los cuales ahí se reconocen como hermanos, se comprometen a hacerse ellos mismos alimento para los demás, están compartiendo la paz, la alegría… ¡eso significa tanto….!

Claro, de ahí resulta que San jacinto tuviera la personalidad que tenía: un fraile que nunca se desalentaba -¡y mira que lo pasó mal, pues continuamente lo que había construido con mucho trabajo era saqueado y tenía que volver a empezar!-. Así se entiende que más de una vez fuera un hombre al que le encomendaban misiones muy duras de pacificar y unir cristianos y ciudades enteras que estaban divididas por formas distintas de creer, por conflictos políticos, ideológicos, etc. Parece que San Jacinto no le tenía miedo a nada y estaba lleno de esa fuerza que da saber que Jesús está siempre en medio de nosotros, dándose, haciéndose alimento y comunión para unir y pacificar a quienes se dejan transformar por su presencia.

San Jacinto me parece también un hermano que siempre aceptaba retos nuevos, pues nunca tuvo miedo de ir a predicar a los lugares más alejados y peligrosos. ¡Claro: quien lleva consigo a Jesús resucitado hecho comunión… ¿a qué ha de temer?! Por eso, si algo aporta San Jacinto a este mosaico de la Orden de Predicadores, yo me atrevería a decir que es la valentía. Recordemos que era un fraile que venía de familia noble, que lo tenía todo… pero que lo arriesgó todo y que siempre estaba dispuesto a empezar de nuevo. Ese ánimo, ese valor, no brotaba de sus fuerzas, sino de la convicción de que Jesús Resucitado está con nosotros, como él mismo dijo, hasta el final del mundo.

Por otro lado, me llama la atención que, junto a la Eucaristía, Jacinto llevara consigo a la Virgen María. Este hermano sabía que Jesús no era un “meteorito” bajado del cielo, sino un hombre, Dios mismo hecho auténtico hombre, que, como todos los hombres, tienen madre, tienen raíces echadas en la tierra, pasó por las mismas situaciones y procesos que todo ser humano en este mundo. María representa, pues, las raíces humanas de Jesús, su dimensión más tierna, fraternal, cercana…

En definitiva: un dominico en toda regla que nos estimula a no tener miedo, a no desalentarnos nunca, a saber cuál es el centro de nuestra fe y a no perder nunca de vista que Jesucristo es tanto más divino y necesario para nosotros cuanto más humano, fraterno, cercano: fiel a la tierra y a la humanidad.