Colegas, amigos, amicísimos (sobre la amistad tomista)

Fr. Bernardo Sastre Zamora
Fr. Bernardo Sastre Zamora
Convento de santa María Sopra Minerva, Roma

Hoy en día están de moda el buenrollismo, el compañerismo o el colegueo. Todos tenemos amigos, muchos y grandes: quedamos con frecuencia, compartimos momentos inolvidables, nos comunicamos en redes sociales… ¿Pero hasta qué punto estamos seguros de que todas estas relaciones de amistad están bien asentadas?, ¿sabemos si son auténticas del todo? Como muchas veces en la vida, es bueno acudir a los más expertos: preguntémosle a santo Tomás de Aquino, ya que hoy es su fiesta… ¡Que él nos ilumine con su experiencia y sabiduría!

Antes que nada, podemos consultar otra gran fuente del saber: el Diccionario de la lengua española (RAE, ASALE [col.]). Leemos que amigo es aquel «que tiene relación de amistad» —por cierto, el superlativo tiene doble forma: amiguísimo o amicísimo (#CuriosidadesAcadémicas)—. Quizá esta definición nos pueda dejar algo insatisfechos, de modo que sigamos leyendo un poco: la amistad se define como un «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato».

Tomás de Aquino también relaciona la amistad con el amor. Aunque la cuestión de la amistad es tratada en varios lugares, podemos elegir su obra cumbre: Suma de teología, II-II, q. 23, a. 1; en la segunda parte de la segunda parte (no, no es una broma de los hermanos Marx…). Santo Tomás se pregunta si el amor (al que llama caridad) puede considerarse una relación de amistad.

Como habitualmente, responde conjugando la filosofía de Aristóteles con la revelación cristiana. Pues bien, toda amistad tendría tres características indispensables:

1. Convivencia (compañía). El hombre tiene una doble vida: la exterior (natural, según el cuerpo), que no posibilitaría un trato con Dios y los ángeles, y la interior (espiritual, conforme al alma), con la cual ya podríamos relacionarnos con la trascendencia; con «el más allá», podemos decir. Por lo tanto, gracias a esta vida interior espiritual, el amor es amistad (aunque aún imperfecta, en el estado actual del ser humano).

2. Reciprocidad (correspondencia): «el amigo es amigo para el amigo». El Aquinate lo tiene claro: la amistad es una relación de amor mutuo entre personas, no un mero cariño hacia seres no personales (animales, objetos…), por mucho que nos hagan sentir bien… «No todo amor tiene razón de amistad, sino el que entraña benevolencia; es decir, cuando amamos a alguien de tal manera que le queramos el bien». También hemos de considerar la comunicación: conocimiento del otro, escucha, comprensión, etc. En el caso divino, lo que se nos comunica es la bienaventuranza (vista y posesión de Dios en el cielo, que ya experimentamos con anticipo en este mundo). ¡He aquí el bien supremo del hombre, que Dios nos ofrece libre y gratuitamente!

3. Honestidad (respeto). Como en la ética aristotélica, se conciben tres posibles amistades: deleitable, útil y honesta. Frente a la amistad de placer, en la amistad de honestidad «el amigo es amado por causa de sí mismo, y la delectación es una consecuencia» (De caritate, I, 11, 6). Por un lado, hay que aceptar al otro: amarlo tal y como es, no como nos gustaría que fuera. Por otro lado, no se trata de renunciar al placer, sino evitar buscarlo de forma directa y exclusiva: a la larga, esta actitud causará infelicidad, y terminará estropeando la relación. El placer aparece sutilmente, pero de forma más plena y duradera (como satisfacción vital). Igualmente, respecto a la amistad de utilidad: la amistad no es un medio para aprovecharse del otro, ya sea por propio interés, ya de forma inconsciente (por ejemplo, cuando se intentan compensar carencias afectivas). La amistad es siempre desinteresada. El amor, pues, será amistad de lo honesto.

Además, notemos que la amistad en santo Tomás, como en el cristianismo en general, no se da solo entre amigos, sino incluso entre «enemigos»: en nuestro caso, podemos verlos como aquellos que no nos caen bien, que piensan o actúan de forma diferente o que nos han hecho daño alguna vez (el vecino del segundo, el jefe, un profesor…). ¿Cómo es posible amar a alguien así? Ciertamente, no se trata de un simple amor humano, sino divino, fundamentado en la misma amistad con Dios: el hombre ama porque Dios lo ama.

En definitiva, santo Tomás y otros muchos autores (entre los que me incluyo) están convencidos de que solo así es posible ir forjando una auténtica relación de amor verdadero. Y es que, por ser un don de Dios, la amistad bien vivida se convierte en algo maravilloso: «lo más necesario para la vida. En efecto, sin amigos nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes» (Aristóteles, Ética a Nicómaco, VIII, 1).