Crónica de una predicación en la cárcel

Muchas veces oí el pasaje Mt 25, 35-36: «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, (…) enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí». Y de estas ocasiones de servir, la vida religiosa me ha dado oportunidades de participar en algunas de estas categorías, pero me faltaba especialmente una: «estuve en la cárcel y me has venido a ver».

Hasta inicios de este año, no recuerdo alguien me hubiera invitado a formar parte de esa pastoral de una manera oficial, y fue justo hace unos meses que hablé con uno de los expertos por excelencia: un fraile mercedario. Su carisma es ese, y desde hace más de ocho siglos, el lema de ellos ha sido «visitar y redimir cautivos». Al contarle de mi interés, me dio la posibilidad de ir los días que se comparte el Evangelio. Y me pareció la oportunidad que buscaba: predicar sí que es mi carisma. Y mientras se procesaban los trámites para el permiso, yo ya iba percibiendo una pregunta internamente:
— ¿Cómo le voy a hacer?
— E Inmediatamente pensaba: «¡Pues como siempre! “Yo pondré palabras en tu boca” (Is 51,16)».
— «¿Y cómo es eso?», me preguntaba de nuevo.
— «¡Pues como siempre! Dejando que Él haga su obra (Fil 1,6)».

Sin precedentes fue ver aquellas líneas de edificios grandes, largas murallas, torres de control sobresalientes, alambres, rejas y el más simple y tosco diseño de las ventanas cuadradas con rejas, y más rejas. ¿Y cómo llegar al módulo? Pues me habría perdido. Puertas con rejas, seguridad, puertas, derecha, gradas, puerta, puerta, control, izquierda, derecha… y así hasta llegar adonde toca. Impresionante. Y por el mismo camino toca salir. Pero ya no impresiona. Uno ha quedado tocado por el Señor. La predicación que hago cada viernes o sábado es compartir mi experiencia de Dios alrededor de los pasajes del Evangelio dominical. Y ahhh, las respuestas tan vivas; ahhh, las sorpresas de que oren por ti y por tu familia, que te digan que hallan paz porque les das guía de oración…

Sí, sé que es difícil de explicar este encuentro, porque aparte, nunca tomaré fotos con los internos. No se puede. Allí, al lado de mi compañera de módulo, entro solo con mi cruz blanca y negra al cuello, mi libro con el Evangelio y la mera experiencia de que a quien visitamos es el Señor.