Eternidad al 75 por ciento de descuento

Fr. Néstor Rubén Morales Gutiérrez
Fr. Néstor Rubén Morales Gutiérrez
Convento di Santa María sopra Minerva, Roma

El próximo viernes el mercado mundial lanzará, como cada año, la oferta comercial conocida como Black Friday (o Viernes Negro). La historia nos cuenta que en este día da comienzo la temporada de compras navideñas en Estados Unidos, que tiene lugar tras el Día de Acción de Gracias, justo después del cuarto jueves de noviembre. Algunos atribuyen el nombre a la jornada en que los comercios consiguen cambiar los números rojos por negros. Otros, sin embargo, aseguran que el adjetivo negro tiene su origen el 19 de noviembre de 1975, cuando The New York Times utilizó por primera vez el epíteto, haciendo alusión al desbarajuste del tránsito y el caos que se habían producido aquel año en la ciudad debido a los descuentos de tal día.

En 2010 la compañía Apple decidió importar esta tradición estadounidense a España, y desde entonces dicha celebración ha ido cobrando cada vez más fuerza. Las principales compañías ofrecen megadescuentos en sus tiendas físicas y online, y cientos de personas se congregan en torno a los centros comerciales para atrapar las mejores ofertas.

Sin embargo, hay cosas vitales que los mercados no pueden vender, y mucho menos aplicarles descuento: los valores, la amistad, el amor, la propia vida, la felicidad… ninguna de estas cosas puede ser vendida, y menos rebajada. Creer que podemos comprarlo todo es vivir en una falacia existencial que crea vacío y provoca soledad. Con la misma intensidad con que el mercado nos crea necesidades y nos anima a comprar (a veces despilfarrando y gastando hasta lo que no se tiene), la motivación de no caer en el consumismo desenfrenado tiene que hacernos reflexionar sobre las cosas fundamentales de la existencia, aquellas que no deben tener precio alguno porque tiene un valor sin igual. 

En efecto, la dignidad de la persona humana vale mucho más, y de igual modo los valores que hacen posible vivir una vida en plenitud. Antoine de Saint-Exupéry, en su famoso libro El principito, nos recuerda que no hay mercados de amigos, como no hay mercados de más vida, de eternidad. No me imagino una Iglesia que pueda vender la salvación y la vida eterna al 75 % de descuento.

Dios, autor de la vida, no vende nada, y sin embargo lo da todo (y de modo gratuito). El mercado de Dios tiene siempre las puertas abiertas; no necesita un día al año para hacer megarrebajas. En el mercado de Dios no hay grandes electrodomésticos ni ropa de marca ni nada de eso. En el mercado de Dios los productos no se agotan; no es necesario hacer grandes colas, ni tan siquiera madrugar para alcanzar un puesto. En el mercado de Dios los productos son vitales para vivir: hay vida entregada, caminos para andar, verdades que resplandecen, pero, sobre todo, hay amor: mucho amor, amor gratis, porque Dios es amor, y lo que mejor puede ofrecer y dar es su amor. Por eso, en el mercado de Dios no existe un Black Friday: las cosas de Dios no tienen precio; y mucho menos, descuento. El mercado de Dios es siempre de «White Days».