Frailes dominicos: discípulos y apóstoles

El convento de frailes estudiantes en Valencia, España, comienza a abarrotarse del itinerario propio de una casa de formación: cada uno de los frailes trae en su maleta experiencias contempladas en diversos sitios con distintas realidades que se traducen en conocimiento compartido. Al iniciar nuestro curso universitario, vale la pena releer lo que el estudio significa para un hermano predicador de la gracia, un hijo de santo Domingo.

Cuando santo Domingo de Guzmán funda la Orden, da una mirada profunda a la comunidad de Jesús de Nazaret, hombres y mujeres que fueron llamados a estar con él para ser testigos de la verdad del Reino y así convertirse en apóstoles. Llamados y enviados, esta es la paradoja de la primera comunidad, que nuestro padre Domingo hace suya, la finalidad con la que hemos sido fundados es ser discípulos y apóstoles de la Verdad, discípulos y apóstoles del Señor (cf. Jn, 14,6).

Durante los años de amistad que Jesús compartió con sus amigos, les muestra el camino de la compasión, de la justicia, de la misericordia; les enseña a donar el corazón por los más pobres de la tierra. Los discípulos se dejan instruir por el testimonio de vida del Hijo, obediente a su Padre, hasta que un día el mismo maestro los envía de dos en dos por todos lados a realizar los que han visto. Porque ser discípulos y apóstoles abre un camino de reconciliación entre la razón y el corazón, entre la actividad intelectual y la actividad pastoral, que nace de la contemplación y de la vida común, y del deseo totalmente libre de amar a todos los hombre y mujeres de la tierra.

Mas «no se ama lo que no se conoce», nos dice san Agustín (cf. De Trinitate, lib. X), y santo Domingo, al adoptar la regla agustiniana, pretendía que sus frailes fueran capaces de amar en la medida que su corazón se abría a la verdad:

1. Amar la verdad de Dios, porque el dominico se acerca a la Sagrada Escritura, a la tradición y al magisterio para conocer los límites del misterio divino. «El dominico es capaz de buscar a Dios y de encontrarlo porque es capaz de buscar y alcanzar la verdad… el ser humano es capax Dei porque es también capax veritatis» (RSG, 2). Ante un mundo multicambiante y complejo de hombres y mujeres relativistas, pesimistas intelectuales o fundamentalistas, de los que han dejado de buscar la verdad y «creen y no viven o viven y no creen» (Fr. Miguel Ángel Medina, Salamanca 2016), es necesario que el dominico desde su formación inicial aprenda a buscar la verdad y se pregunte cada día «¿Por qué debo amarte?».

2. Amar mi verdad. El dominico busca con igual intensidad su propia verdad, esa que el maestro Eckhart llama la «chispa divina» y que no nace del orgullo y el egocentrismo, sino de la verdad misma; ahí donde el corazón desnudo vela su propia esencia y es «ser humano», y no alguien más. Descubrimos la mano creadora de lo divino en nuestro propio ser y, enamorados por el «yo real», decidimos aventurarnos a la negación de nosotros mismos para que la verdad nos habite, para que se encarne. Los dominicos estudiamos para descubrir la vida de Cristo en nuestra propia vida, estudiamos para conocer la verdad, una verdad que no nos hace ganarnos honores, sino que nos impulsa a peregrinar por los misterios de nuestra propia historia.

3. Amar la verdad de la alteridad. Nuestra historia no avanza solitaria: camina con la creación entera; con «el otro» descubrimos que la verdad se desvanece en los lagos de la injusticia, en el estado continuo de opresión y marginación, en la falta de esperanza. Y, sin embargo, la misma fraternidad nos anima a «cultivar una inclinación de los seres humanos hacia la verdad» (LCO 77 § II), que nos hace libres y seres abrazados por la misericordia. El dominico tiene que tener su mirada atenta a las condiciones de las personas, tiempos y lugares, valiéndose de las herramientas que nos ofrecen las diversas ciencias que, sumados al amor a Dios y a sí mismo, se traduce en verdadero amor al prójimo: este es el mejor testimonio de avance en el conocimiento de la verdad.

Finalmente, los dominicos, verdaderos buscadores de la verdad, saben que nunca tendrán en sus manos la Verdad plena: la humildad de la búsqueda pasa por reconocer nuestras limitaciones, pero a la vez nos exige dar nuestros esfuerzos más allá de esas mismas limitaciones. Jesús llamó y envió, Domingo se sintió llamado y enviado, y el dominico se forma en la escuela de llamados y enviados, de discípulos y apóstoles.