La Encarnación y el Rosario

La Encarnación y el Rosario

 
 
Tenemos el privilegio de contemplar a Dios, de contemplar su vida, de contemplarlo, porque se hizo Hombre. Se encarnó en el vientre de María, su madre. Y eso mismo, el contemplarlo, es lo que hacemos mediante el rezo del rosario.
 
El rosario no es un fin, no es un premio, no es una meta, no es ni siquiera una obligación, sino que el rosario es un medio, un medio para contemplar la vida de Cristo. El rosario perdería toda su fuerza sin el misterio de la encarnación. Primero son nuestros labios, quienes oran esa encarnación, la oran con la repetición del Ave María, “bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre Jesús”. Luego es nuestra mente, quien medita, imagina, se visualiza en la escena neo-testamentaria.

Con este ejercicio nuestra mente roza, acaricia la imagen del Dios de los vivos, del Cristo viviente. Y finalmente es nuestro corazón quien ama, quien recoge el amor incondicional de un Cristo, que se encarnó, vivió y murió por todos nosotros. Por tanto os invito a que cuando recemos el rosario tengamos presente estos tres aspectos: Bendecimos a María y a Jesús con nuestras oraciones repetitivas; Acariciamos al Cristo viviente con nuestra meditación; y Amamos, porque nos sentimos profundamente amados por el Dios encarnado.
 
Además nuestro hermano Santo Tomás decía: “la suprema felicidad humana solo consiste en la contemplación de Dios”. Por consiguiente si el rosario es un medio de contemplar a Dios, es un medio de alcanzar la felicidad. Así podríamos añadir a los tres aspectos mencionados, este último, cuando rezamos el rosario, Bendecimos, Acariciamos, Amamos, y Somos felices, porque contemplamos a Dios.