Sinapsis dominicana

Sinapsis dominicana

Fr. Néstor Rubén Morales Gutiérrez
Fr. Néstor Rubén Morales Gutiérrez
Convento di Santa María sopra Minerva, Roma

Se nos enseña en el noviciado que lo primero por lo que nos hemos congregado en comunidad es para que habitemos en la casa unánimes y tengamos una sola alma y un solo corazón hacia Dios.

Partiendo de este precepto, quiero ahondar en el valor teologal de nuestra vida común, teniendo en cuenta los verbos que la propia regla de san Agustín menciona: congregar, habitar, tener. Para ello propongo una comparación moderna con nuestro sistema nervioso: la “sinapsis neuronal”

El convento es nuestra casa y en casa siempre nos sentimos cómodos.


Nuestro sistema nervioso establece sinapsis neuronal cuando las neuronas se comunican entre sí, enviándose mensajes unas a otras. Esto es de vital importancia, porque es la manera de hablar que tienen las neuronas, al enviar luego señales aferentes o eferentes a todo nuestro organismo. La sinapsis neuronal permite a la comunidad de neuronas conectarse en función de un proyecto cerebral común.

Siguiendo, pues, con esta comparación, la sinapsis dominicana que se da en la vida común de los frailes debe permitirnos la conexión unánime con el proyecto común de la OP: “el anuncio de la palabra”. Y estos tres verbos enunciados en la regla se podrían comprender desde la sinapsis, pues cada uno comunica al otro un mensaje y cada uno conlleva una señal propicia en su vida.

La manera propia de congregarse un dominico es la que parte de la vida común. Nos congregamos porque creemos que el amor de Cristo nos ha reunido para llegar a ser una sola cosa a fin de que, en el Espíritu, como Él y gracias a Él, podamos responder al amor del Padre, amándolo «con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas» (Dt 6,5) y amando al prójimo «como a sí mismos» (Mt 22,39). Nuestra manera de congregarnos supone unas actitudes para vivir con el otro, por el otro y para el otro. Estas actitudes permiten la conexión, que se da en la escucha y la compresión del hermano, la tolerancia en las diferencias y el respeto a la dignidad de su persona. Una buena sinapsis dominicana, en cuanto a congregarnos comunitariamente, tendría como resultado la armonización de las diferencias.

Así como las neuronas habitan en un órgano del cuerpo, en el cerebro, los frailes habitamos en un convento. El convento es nuestra casa y en casa siempre nos sentimos cómodos. El convento debemos sentirlo como nuestro hogar pues allí están los hermanos que, como yo, no son ni mejores ni peores, sino que, simplemente responden como pueden al llamado común. Habitar va más allá de vivir en una determinada estructura. El ideal es habitar en la vida del hermano y que el hermano habite en la mía. El fin es aún más utópico: es querer por completo que sea Dios quien nos habite

¿Cómo podemos habitarnos los unos en los otros? ¿Qué actitudes debemos desarrollar para dejarnos habitar por Dios y por el hermano? Los nuevos modelos y la reflexión que hace la Iglesia sobre la vida religiosa acentúan la importancia del diálogo y el clima de confianza. Además de esos, destacaría el valor de la amistad. Quienes han vivido la experiencia de tener un buen amigo, saben que relacionarse con el diferente desde la amistad nos hace exquisitos en el trato. A veces, nuestro hermano con quien vivimos puede ser un desconocido para nosotros. La sinapsis propia del verbo habitar, viene dada por la relación de amistad que tenemos con Dios y la exquisitez que en el trato tengamos con nuestro hermano.

Nos congregamos porque creemos que el amor de Cristo nos ha reunido

Por último, nos queda el tener, en el que podemos incluir muchas cosas: es un verbo en el que cabe todo. Un dominico es alguien que, entre las muchas cosas que tiene, tiene algunas muy importantes, y de ellas destaco dos: se tiene a sí mismo en su soledad y tiene la pasión de su identidad como fraile. Nuestro padre santo Domingo, en sus modos de orar, se tiene a sí mismo, aunque llore, sufra, se compadezca, no comprenda, se sienta herido… ‘se tiene a sí mismo’ para no perderse. La pasión con la que un dominico trabaja o hace sus labores es, de alguna manera, el reflejo de su vida comunitaria. El dominico se sabe enviado a la misión por su comunidad. En nuestros quehaceres está el quehacer de nuestra comunidad. A donde vamos nos envía la comunidad, y en donde estamos somos el reflejo de ella.

En suma, la sinapsis dominicana no es otra cosa que el amor con el que comunitariamente vivimos. Un amor sináptico que, vivido en plenitud, trasciende a nuestros hermanos, a nuestras estructuras y a nuestro yo; un amor que, en definitiva, es el testimonio creíble de nuestra vocación dominicana.