Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor

“Amanece sin sol, el viento sereno de este día, hace memoria de tus ojos muriendo por amor. ¿Dónde estarás? Parece que contigo se fue mi sonrisa y no aparecen más motivos para mi alegría. Dime qué hago yo con esta esperanza viva…” MPXTO.

Según el evangelio de Juan 20, 1-9 María Magdalena es la primera que se da cuenta de que el sepulcro está vació, pero por el dolor aun del acontecimiento de la cruz no comprende lo sucedido. Por eso corre a decirles a los discípulos: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Por su parte, Pedro y otro discípulo también fueron y constataron que el Maestro no estaba. Aun no existe la alegría en ellos, sino una incertidumbre por saber ¿Dónde está el cuerpo? ¿Quién se lo llevo? ¿Qué hicieron con él? No habían entendido aun la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Los discípulos no asimilaron la resurrección de manera instantánea, sino que en la medida que recordaron las enseñanzas de Jesús comprendieron que la vida vence a la muerte, la esperanza se fortalece y crece en ellos un gozo y el valor de anunciar la Buena Nueva a todos los pueblos. Los discípulos no proclaman una religión sino a alguien, es decir, Cristo mismo, que entrego su vida y resucitó.

Las calles calladas de tu voz y mi alma extrañando tu presencia, saludan un entrañado dolor, yo solo agacho mi cabeza donde te han llevado, porque esta distancia de mi te apartado, qué será de mí, si no puedo seguir tus pasos… (MPXTO)

Si nos situamos en la figura de María Magdalena, percibimos que ella se siente desorientada, triste e, incluso, preocupada por no encontrar al Maestro. Ella había sido una testigo fiel y seguidora desde el encuentro con él, pues fue Jesús quien le dio a conocer la misericordia, el amor y un nuevo sentido a su vida. Ahora pareciera ya no tener sentido y solo queda sumergirse en el dolor, la desesperación y ver el sepulcro vacío, sin poder comprender el infinito amor del Padre que ha resucitado a su Hijo.

Para nosotros, quizá se ha vuelto tradición celebrar la Semana Santa y, al llegar el gran momento de la Resurrección, sabemos que Cristo ha vencido la muerte y resucitó, que se les apareció a los discípulos, que el Reino de Dios es real y no solo una utopía. Pero, ¿Qué hemos hecho con Jesús resucitado? ¿Se ha convertido en una costumbre o aún sigue siendo una experiencia personal que nos lleva a una verdadera conversión y motiva a ser fieles al Padre?

Los discípulos ya no volvieron a ser los mismos después del acontecimiento de la resurrección. El encuentro con Jesús transformó a los discípulos desde su interior. Así también debemos profundizar en el misterio pascual. El Maestro está nuevamente con nosotros, nuestra esperanza debe fortalecerse en él; pero eso nos exige ayudar al que sufre, al que aún sigue siendo marginado. Ser mensajeros de la Buena Nueva allá donde se ha perdido toda esperanza, es decir, el corazón de tantos hermanos que viven la vida sin un sentido.