Fiesta de la Transfiguración (II domingo de Cuaresma)

Fiesta de la Transfiguración (II domingo de Cuaresma)

Lucas Ramírez
Lucas Ramírez
Guatemala

La Iglesia nos propone para este II domingo de Cuaresma el Evangelio de Mt 17,1-9, que nos habla sobre la transfiguración del Señor.  Es un pasaje bien conocido, donde se nos narra a Jesús llevando consigo a tres apóstoles: Pedro, Santiago y Juan, y subió con ellos a un monte alto, y allí ocurrió el singular fenómeno: el rostro de Jesús se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Luego aparecen Moisés y Elías conversando con Él. Pedro entonces tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando cuando se escucha una voz desde las nubes que decía: Este es mi Hijo, el amado, en que mi complazco, escuchadlo. Al escucharlo, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de espanto. Jesús se acercó, y tocándolos les dijo: Levantaos, no temáis.

La voz de Dios confirma la identidad de Jesús, pero a la vez vino a implicar a los discípulos: Escuchadle.

Seguramente todos hemos escuchado decir que para seguir a Jesús hay que renunciarse a sí mismo y cargar con su cruz. Pues esta es la experiencia de los tres discípulos que se nos narra en el Evangelio: Jesús les anuncia su pasión, es decir, les dice que tenía que sufrir mucho por causa de los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría (Mt 16, 21). ¿Acaso es posible seguir a alguien que tendría que morir? ¿Qué credibilidad daba para resucitar de verdad? ¿Merece acaso la pena dejar nuestras creencias, nuestra forma de vida, nuestro trabajo, nuestra familia, nuestro lugar de origen para seguir a alguien que anuncia su muerte y, encima, promete resucitar sin ninguna credibilidad? Pues no, realmente no. Ya lo vemos con la reacción de Pedro: Dios no lo quiera, Señor, no te ocurriría eso (Mt 16,22). Desde luego, somos conscientes de que nuestra realidad humana es limitada, y por eso exige siempre una experiencia para creer, vivir, esperanzarnos y seguir adelante con aquello que creemos. Por consiguiente, Jesús escoge a Pedro, Santiago y Juan para mostrarles su identidad; una identidad que da nuevo sentido a la vida, que ilumina el caminar y resplandece en las dificultades y momentos oscuros de nuestra existencia.

Análogamente, los discípulos al tener esta experiencia se sienten bien, se emocionan y no quieren salir de allí: ¡Señor, qué bueno estemos aquí! Una experiencia de Dios siempre llena, anima, levanta nuestro ánimo y nos hace ver una nueva realidad lleno de esperanza. Sin embargo, no queremos salir de esa experiencia porque nos sentimos bien; pero es necesario seguir con la vida, pero con un nuevo sentido. Después de esta experiencia, se escucha una voz en las nubes que dice: Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo.  La voz de Dios confirma la identidad de Jesús, pero a la vez vino a implicar a los discípulos: Escuchadle. La escucha es la relación primaria entre el hombre y Jesús; escuchar a Jesús significa ponernos en camino y predicar con nuestra vida, acción y su mensaje a los demás. Por eso, se da un cambio de emoción en los discípulos: todo iba bien, pero cuando se sienten implicados, se asustan, caen rostro en tierra y les da miedo. ¿Acaso no es esta nuestra experiencia? Sin embargo, escuchamos siempre una voz que nos dice: Levantaos, no temáis. No están solos: Yo estoy con vosotros; no hay nada que temer.

Así pues, hermanos, convencidos de que Jesús es el Hijo amado de Dios, escuchémosle. Escuchemos su mensaje lleno de amor, que está detrás de su muerte en la cruz, y la esperanza que nos trae en la resurrección.