Beato Angélico, a Dios por la belleza

Beato Angélico, a Dios por la belleza

Fr. Iván Calvo Alonso
Fr. Iván Calvo Alonso
Convento Virgen de Atocha, Madrid

Quien hace cosas de Cristo debe vivir en Cristo.


Esta frase se atribuye al Beato Angélico y resume lo que fue su vida: fue un hombre de Dios que puso toda su vida y sus cualidades artísticas al servicio de la Buena Nueva.

Guido de Piero era un joven que vivía en la desbordante Florencia del siglo XV, cuando comenzaba a brotar con fuerza el humanismo Renacentista. Pronto se sintió atraído por la pintura, su primer amor y gran pasión a la que dedicó toda su vida.

Como cualquier joven se quiso forjar un futuro y por eso se formó en uno de los más famosos talleres de pintura de la época: el taller del monje Lorenzo Mónaco. Guido tenía un don para la pintura y enseguida adquirió nombre en la ciudad, recibiendo gran cantidad de encargos. Curiosamente uno de esos trabajos cambió su vida. Los frailes dominicos del convento florentino de Santa María Novella le encargan la decoración del cirio pascual. Entró así en contacto con los frailes predicadores y a la «luz» de ese cirio pascual descubrió su vocación definitiva: la de fraile predicador. Esta nueva llamada superó a la anterior. Eso sí, nunca ambas vocaciones fueron incompatibles. No abandonó su primera llamada a plasmar la belleza, pero desde ese momento la subordinó a su nueva vocación, la puso al servicio del anuncio del Reino de Dios. Primero era fraile predicador, después pintor.

Ingresó en el convento de Santo Domingo de Fiésole, cerca de Florencia, a la edad de 20 años, cambiando su nombre al de Fray Juan de Fiésole. El convento estaba gobernado por fray Antonino Pierozzi, uno de los promotores de la Reforma dominicana que pretendía volver a la viveza y fidelidad de los orígenes de la Orden. Terminado el periodo de formación, fue ordenado sacerdote y se convirtió en un peculiar predicador a través del lenguaje del arte.


La belleza de la contemplación


La contemplación es el primer paso necesario e imprescindible para la predicación: «Para conseguir este fin, la salvación de las almas, necesita que nuestra predicación y nuestra enseñanza broten de la abundancia y plenitud de la contemplación, según el ejemplo de Nuestro Padre Santo Domingo, el cual no hablaba más que con Dios o de Dios para la salvación de las almas» (Constitución 1932, n3, II).

Fra Angélico, como buen hijo de Santo Domingo, cultivó la vida contemplativa y ayudó a sus hermanos a que la cultivaran. La experiencia de oración de fray Juan era intensa. Vasari, biógrafo de artistas, afirmaba que antes de comenzar a pintar, fray Angélico oraba ante el Señor, pero iba más allá y su mismo trabajo constituía para él una fuente de contemplación. Alcanzó un alto grado de intimidad con Dios, hasta tal punto que sus contemporáneos le vieron en más de una ocasión emocionarse y derramar lágrimas ante un Cristo crucificado. Quiso compartir esa misma experiencia con sus hermanos de comunidad y por eso decoró las celdas de su convento de San Marcos de Florencia con escenas del evangelio para que en el silencio de la habitación pudieran contemplar y meditar los misterios de la salvación.


Predicación de la belleza


La predicación y la enseñanza que brotó de la contemplación de fra Angélico no se tradujo en palabras sino en imágenes. Fra Angélico fue, ante todo, un predicador y un teólogo en la Iglesia, no desde el púlpito o la cátedra, sino desde o con las imágenes visivas, espléndidas formas inspiradas por la fascinante belleza de las Imágenes de Dios, es decir, el misterio de Cristo y sus discípulos.

El pintor dominicano tuvo la voluntad de traducir en expresiones pictóricas las espiritualidad y los fines de la predicación verbal o escrita de sus hermanos de hábito: fray Tomás, Catalina de Siena, fray Juan Dominici, fray Antonino de Florencia. Se podría hacer una analogía: como la predicación de los dominicos, así la pintura de fray Juan de Fiésole.

Nos ha dejado numerosas «homilías» que siguen conmoviendo almas y corazones aún hoy. Ante el Papa, en la Capilla Nicolina, plasmó todo un tratado de Eclesiología recordando al Pontífice cuál es su misión: el servicio, la caridad, el anuncio del Evangelio y la entrega incluso hasta el martirio. Ante los fieles predicó siempre la grandeza de la Encarnación (Anunciación del Museo del Prado); el amor de Dios por la humanidad (Deposición de Cristo del Museo de San Marcos de Florencia); el gozo de la resurrección (Cristo glorificado. Predela del retablo de Fiésole, en la National Gallery de Londres).


El Beato Angélico fue declarado patrono de los artistas porque nadie mejor que él supo utilizar el lenguaje de la belleza para hablar de la belleza de la obra de Dios. Un lenguaje que en nuestros días puede ser más eficaz nunca: «Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón de los hombres; es el fruto precioso que resiste la usura del tiempo, que une las generaciones y las hace comunicarse en la admiración. Y todo ello está en vuestras manos». (Mensaje a los artistas, Pablo VI)