Humberto de Romans: un Dominico en tiempos difíciles

Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid

No es fácil ser dominico en tiempos difíciles. Pero, ¿cuándo han sido fáciles los tiempos? Humberto de Romans nos enseña a vivir plenamente nuestra vocación cuando las dificultades aprietan. Dominico de la primera generación, fue el quinto sucesor de Domingo al frente de la Orden. Como Maestro unificó las leyes dándoles espíritu y calor. Consolidó -con su carisma personal, sus escritos y su afán misionero- a la Orden en sus difíciles primeros tiempos.

Fue una tarde de noviembre de 1224. En una pequeña iglesia de París, un joven con futuro y muchas posibilidades, en silencio, decidió lo que quería hacer de su vida. Estudiaba Derecho y Teología, y ya era maestro en Artes. Teniéndolo todo, quería más. En su pueblo, Romans, al sur de Francia, había conocido a los monjes cartujos desde pequeño. En París quedó cautivado por la nueva Orden de Predicadores que paseaba por sus calles y Universidad. En aquella tarde de otoño, Humberto entendió la voluntad de Dios: “No has de ir a otro lugar que a los Frailes Predicadores. De ahora en adelante los libros serán tus amigos y todos los hombres tus hermanos”.

Y así, a sus escasos 25 años, se integró en la Orden de Santo Domingo. Tres años hacía que había muerto su fundador y el número de dominicos aumentaba, atraídos por el aire fresco que aportaban los frailes del hábito blanco a aquella Iglesia oscura y medieval. No presumió de estudios, sino de servicio. Pronto fue llamado al gobierno, como Provincial, en Italia primero y después en Francia. En Pentecostés de 1254, el Capítulo General lo elige como Maestro de la Orden. Ya no era precisamente un joven, sino que rondaba los 60 años.

No eran tiempos fáciles. La sociedad vivía la gran crisis del feudalismo que generaría una época nueva. Las Vida Religiosa monástica quedaba sin respuesta ante las preguntas de la humanidad. Las órdenes mendicantes se enfrentaban a la crítica de una Iglesia que miraba con recelo su novedad. Los dominicos crecían en número, pero corrían el riesgo de perder el espíritu primero. La Orden consolidaba sus presencias misioneras entre gentiles, se fortalecía con leyes prácticas, se enriquecía con la docencia en las grandes universidades… pero le faltaba el fuego primero, el estímulo que movió a Domingo y sus hermanos.

Y Humberto de Romans encendió su antorcha. Para que no se olvidara nada de lo vivido al comienzo encargó recoger y poner por escrito los testimonios de los primeros dominicos sobre el origen de la Orden y mandó recopilar todo lo que se recordara sobre la vida del Fundador. Comprendió que los frailes permanecen unidos cuando rezan unidos, por eso promulgó una liturgia común y un rito propio para toda la Orden, que ha perdurado hasta el siglo pasado. Repasó las Constituciones y las actualizó. Escribió acerca de la organización interna, de nuestros votos, de la Regla de San Agustín a la que se acogió Domingo, y hasta del modo de ejercer los distintos servicios en la Orden y sus comunidades. Aprobó el sistema de estudios de los dominicos (Ratio Studiorum) redactado por Alberto Magno, Tomás de Aquino y Pedro de Tarantasia (futuro papa Inocencio V). Eran frecuentes las cartas dirigidas a todos los frailes al acabar los Capítulos Generales o en otras ocasiones especiales. Alentó el funcionamiento y la creación de nuevas escuelas de lenguas (especialmente del árabe) para favorecer la evangelización del Sur de Europa y Norte de África. Defendió con leyes justas a los Predicadores de las rivalidades del clero y los ataques de los intelectuales. Vinculó los monasterios de dominicas contemplativas al cuidado de los frailes. Se preocupó tanto del ecumenismo y la reconciliación de la Iglesia de Roma con la de Oriente que fue invitado al Concilio de Lyon de 1274, en el que alentó al conocimiento, comprensión y oración por las iglesias hermanas. ¡Hasta se cuenta que recibió votos para ser Papa!

De todo se ocupó. Del estudio y las misiones, de la predicación y la liturgia, de las leyes y las Historia, de la vida comunitaria y la formación. Pero ante todo, él estaba convencido que el sentido de la Orden pasa por una vida totalmente evangélica: “La santidad es nuestra fuerza, y todo peligraría y se apagaría si no estuviésemos siempre manteniendo esa luz”.

Cansado de recorrer a pie todos los caminos de Europa, frágil en su salud y con 70 años encima, renuncia al gobierno de la Orden en el Capítulo General de 1263. Retirado al sur de Francia, su tierra, muere en Valence el 14 de julio de 1277. Para los dominicos ha quedado como un “segundo santo Domingo”, uno de sus mejores hermanos y gobernantes; tanto que la devoción popular lo ha declarado “venerable”.

Fr. Humberto de Romans nos enseña a nosotros -creyentes de tiempos difíciles- a vivir el riesgo de la predicación con esperanza, desde la sencillez y la profundidad. A saber trascender las dificultades para ahondar en el Evangelio y su proyecto de felicidad. A descubrir que pocas cosas pueden colmar la vida como Jesús y su Palabra: “la mayor prueba de que alguien lleva verdaderamente a Dios en su corazón, es que habla de Él a menudo y con gusto”.