EL APROVECHAMIENTO DEL TIEMPO

Quizá en algún momento de nuestra vida hemos experimentado esa incómoda sensación de que las responsabilidades (el trabajo, la universidad, la familia, la Iglesia, los amigos, el noviazgo, etc.) compiten por nuestro tiempo. Parece ser que, frente a todos nuestros compromisos, el tiempo se desvanece, el día se hace corto y las horas cada vez son menos. Con el paso de los años es más evidente que el tiempo se vuelve fugaz y la nostalgia nos invade al recordar los días de niñez, donde todo parecía una eterna e inmutable tranquilidad.

Sin embargo, gran parte de esta sensación, que últimamente es inevitable, viene por la falta de organización y planificación de nuestro tiempo, que desemboca en la procrastinación (aplazar actividades que se deberían atender, sustituyéndolas por situaciones más agradables o poco relevantes). Ir postergando nuestras responsabilidades y dejándolas para el final poco a poco se va convirtiendo en una especie de frenesí, en un círculo vicioso donde hay mil cosas por hacer antes de empezar lo que realmente merecía el tiempo y la atención.

Para evitar esta tentación, que luego podría convertirse en un mal hábito y hasta en un problema, los expertos proponen seis señales que podrían ponernos en alerta: 1) dejar las cosas para el último momento; 2) pensar que algo no es urgente; 3) esperar que una situación se solucione sola; 4) buscar razones para no hacer algo (falta de información, tiempo, dinero, herramientas, etc.); 5) ocuparse de otras tareas menos urgentes; 6) mostrarte siempre disponible para todo tipo de ocupaciones. Si te sientes identificado con algunas o varias de estas señales, es momento de hacer un alto y revisar cómo estás aprovechando o descuidando tu tiempo y responsabilidades, así como de buscar la manera o las herramientas necesarias, para evitar que esto se convierta en un verdadero problema.

Según Piers Steel, investigador de la Universidad de Calgary, más que pereza, como a veces pensamos, lo que suele haber detrás de una procrastinación es un exceso de perfeccionismo. Ojalá esta actitud no sirva como justificación para evitar el proceso de «pararse, pensar y poner soluciones».

Para el pueblo de Israel el tiempo es de Yahvé: él lo domina todo. El libro de Daniel advierte: «Él es quien cambia los tiempos y las edades, quita reyes y pone reyes; da sabiduría a los sabios y conocimiento a los entendidos». O recordemos cómo en el Éxodo Jetró, suegro de Moisés, lo insta sabiamente a delegar en hombres capaces y temerosos de Dios parte de su pesada carga de dirigir y organizar al pueblo. De esta manera, vemos cómo el agobio de las responsabilidades, al parecer, ya estaba presente en el antiguo pueblo hebreo, y posiblemente en muchas otras culturas. Pero esto no los detuvo: rápidamente buscaron soluciones que garantizaran la puesta en marcha del proyecto de Yahvé para el bienestar de su pueblo.

Al parecer, si invertimos 30 minutos diarios a consultar el correo electrónico u otro cometido, gastaríamos en estas actividades 23 días de 8 horas, 4,6 semanas con 40 horas semanales de trabajo y más de un mes completo de trabajo durante el año. Definitivamente, esto suena alarmante, y ojalá lo sea, al menos para tomar conciencia y así situarnos en el tiempo, valorarlo y aprovecharlo, rodeados de aquello que nos hace auténticos, capaces de amar el mundo en el que vivimos: la tierra que nos vio nacer, la familia que nos acompaña y los amigos, a quienes reconocemos como nuestros hermanos.