Te mira con-pasión

Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Fr. Francisco Javier Garzón Garzón
Convento de Santo Tomás de Aquino (El Olivar), Madrid
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Nos situamos en el IV domingo del tiempo pascual. Si en los anteriores el evangelio nos retrataba distintas apariciones del Resucitado (que siempre está y quiere dejarse ver) a sus discípulos, ahora va a ser un discurso del evangelio de Juan el que provoque nuestro acercamiento a Jesús. El encuentro con el Resucitado no se queda en la simple admiración, sorpresa o cuestionamiento, sino que cuaja y da fruto cuando genera un modo de relación nuevo con Él, capaz de dar sentido a nuestra existencia.

La imagen del pastor y las ovejas era familiar a los oyentes de Jesús. Por Palestina circulaban rebaños y pastores con asiduidad, y era fácil observar la estrecha relación que el pastor mantenía con sus ovejas: las cuidaba y protegía, las acompañaba durante toda la jornada como única tarea, les ofrecía seguridad ante ladrones o alimañas, las llevaba al abrevadero y buscaba para ellas los mejores pastos. Una oveja lejos del pastor –como es sabido- se pierde, corre peligro tanto en su seguridad como en su alimentación y cuidado. Existe entre ambos una comunicación rudimentaria pero valiosa: las ovejas distinguen y siguen la voz del pastor, y éste –con simples silbidos o palabras- sabe dirigirlas por donde mejor les conviene.

Esta imagen marca la liturgia del IV domingo de Pascua, el del “Buen Pastor”. No es difícil comprender su sentido en este contexto: el Resucitado quiere mantener con su Iglesia una relación especial, de cuidado y protección, marcada por caminos, horizontes y búsquedas… Y ése mismo es el deseo del Padre, que ofrece a cada uno de sus hijos para siempre el regalo de Jesús, vencedor de la muerte. Tres verbos dan contenido a esa relación que se genera entre las ovejas y el pastor, entre Jesús y su Iglesia. Tres verbos que se convierten en una provocación a mi propia experiencia cristiana y que me ayudan a renovarla:

Escuchar al que me habla. Porque nuestro Dios es Palabra, siempre viva, eficaz y fecunda, nunca callada. Y su Palabra requiere silencio y escucha. ¡Son tantas las voces repetitivas que me hacen daño, desde fuera y desde dentro! ¡Tantas las palabras monótonas y sin sentido que me digo y creo que me alimentan! Escuchar pide una apertura a la sorpresa y la novedad, al desprendimiento, al discernimiento de Su voz en tantas voces…

Dejarme conocer por el que me ama. Si escucho su voz debo decir la mía, decirme en lo mío. Y me doy cuenta de que no me conozco ni me gusta que me conozcan. Él quiere conocerme en lo profundo, en lo que me avergüenza o me asusta, en lo que aún no sé del todo. Me toca dejar la puerta de mi vida abierta a un conocimiento positivo, desde el amor, la misericordia y la ternura. ¡Cuántas luces se encienden adentro cuándo Él pasa!

Seguir al que me llama. Si le escucho, si le abro lo mío, no podré hacer otra cosa que seguirle. Sencillamente porque el amor llama. Sí: nuestro Dios llama porque ama. En la aventura del amor siempre se está al comienzo, lo mejor está por llegar; pararse es renunciar a muchas posibilidades de alcanzar algo mejor. Seguir a Cristo, donde y como Él llame, nos abre –con toda certeza- a encontrar el mayor sentido y rendimiento a nuestra existencia. En ese seguimiento, hecho desde el amor y para el amor, confluye y se unifica lo más sagrado de cada persona con lo más divino de Dios.

"Te mira con-pasión". Ese es el lema, en España, de la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, y de la Jornada de Vocaciones Nativas que celebramos este domingo. Oremos para que nuestro Dios llame a futuros sacerdotes, consagrados, misioneros y laicos, y para que su llamada sea respondida desde el amor. Y vivamos con pasión (y compasión…) la satisfacción de sentir la voz y la mirada del Resucitado, que siguen teniendo fuerzas para llenar nuestraexistencia.