Marie-Dominique Chenu

Marie-Dominique Chenu

Fr. Martín Gelabert Ballester
Fr. Martín Gelabert Ballester
Convento de San Vicente Ferrer, Valencia

 

El dominico francés Marie-Dominique Chenu es uno de los teólogos más relevantes del pasado siglo. Nació el 7 de enero de 1895 en Soisy-sur-Seine; bautizado con el nombre de Marcel, al profesar como dominico, adoptó el nombre de Marie-Dominique; falleció el 11 de febrero de 1990 en Paris. Los medios de comunicación, religiosos y laicos, incluido el influyente periódico del Partido Comunista Francés, l’Humanité, se hicieron eco de su muerte. Según su propia confesión, lo que le atrajo de la vida dominicana fue la atmósfera contemplativa. No exactamente la liturgia, sino la contemplación. Lo que él apreciaba no eran los ritos, sino la capacidad de encontrarse con Dios a través de la oración y el estudio, que es la mejor prolongación de la oración. Encuentro que, lejos de alejar al dominico del mundo, le abre a la comprensión de las realidades humanas, buscando lo mejor que tienen y viendo en esto bueno que tienen un deseo de Evangelio y una orientación hacia Dios.

La obra de Chenu es un punto de referencia para todo el que quiera estudiar hoy la historia de la teología medieval, especialmente a Tomás de Aquino. Lo interesante de este gran teólogo es que leyó a Tomás de Aquino en perspectiva histórica, situándolo en su propio contexto. Y, a partir de ahí, comprendió que hacer teología no es repetir el pasado, sino comprender el presente para iluminarlo con la luz del Evangelio.

Tomás de Aquino abrió a Chenu al estudio teológico de las realidades contemporáneas, como fueron en su tiempo la teología del trabajo, o el sacerdocio de los curas obreros. Chenu entró en contacto con jóvenes obreros a los que asesoró e iluminó teológicamente: el trabajo es camino de humanización, realización del plan creador de Dios sobre la humanidad, y lugar adecuado para la vivencia de la fraternidad evangélica, puesto que la gracia asume el todo de la persona y la encarnación se continúa en la sociedad política.

Una de las grandes aportaciones de Chenu es la teología de “los signos de los tiempos”, concepto que, gracias a él, asumió el Vaticano II. La teología debe ser sensible a las realidades humanas y a los acontecimientos temporales, porque en ellos también habla Dios. De hecho una de sus principales obras se titula: El Evangelio en el tiempo. El Evangelio o está en el tiempo y se encarna en la realidad, o deja de ser evangelio, buena noticia.

La suya es una teología de la encarnación contra todos los falsos dualismos (alma-cuerpo; espíritu-materia; naturaleza-gracia; temporal-espiritual). Por una parte, el cristianismo no es una doctrina, es un acontecimiento: Dios mismo ha entrado en la historia, de modo que es imposible pensar el cristianismo fuera de la historia. Por otra parte, el ser humano va a Dios, realizándose en el mundo, en la totalidad de su ser. Buscando expresamente prolongar a Santo Tomás, el programa de Chenu es claro: contra todos los espiritualismos, el ser total de la persona; contra todos los individualismos, el ser social; contra la huída del mundo, el hom¬bre dueño del mundo.

El P. Chenu hizo en su mundo lo que Tomás de Aquino en el suyo: responder a las necesidades de los hombres y de la Iglesia, ser un renovador, abrirse a nuevas realidades, buscar nuevos caminos. Como ocurrió con Tomás de Aquino, Chenu no fue bien comprendido por los teólogos más conservadores e incluso por las instancias eclesiásticas. Una de sus más significativas obras sobre el modo de hacer teología y de entender a Sto. Tomás fue oficialmente condenada. Pero, como también ocurrió con Sto. Tomás, Chenu ha sido rehabilitado y ha pasado a formar parte de los grandes teólogos que influyeron en el Vaticano II y que han hecho posible la renovación de la teología.