Santa Rosa de Lima
Isabel Flores de Oliva nació en Lima en 1586. Fue una de los trece hijos que tuvieron Don Gaspar y María Oliva. Posteriormente, a iniciativa de su madre y desde su nacimiento, toma el nombre de "Rosa", por la belleza de su cara, al que ella añadió "de Santa María". La sociedad de su época, propia de un periodo colonial, está orientada por el ideal de tener más. Una sociedad constituida por familias pudientes, por otras de pequeños propietarios y por la gran mayoría de campesinos, negros y mulatos, que son tratados como esclavos. La familia de Rosa es de pequeños propietarios. Sus padres se esfuerzan en darle una seria educación humana, además de proporcionarle una sólida formación en la fe, que la llevó a aceptar los valores vividos y predicados por Cristo Jesús.
Rosa se caracterizó por su humildad, sencillez, obediencia, caridad y paciencia.
Es verdad que siente profunda veneración por Santa Catalina de Siena, con quien se advierte una sorprendente afinidad, por ello decide, en 1606, inscribirse en la Orden Seglar Dominicana para darse más plenamente a la perfección evangélica. Pero, Santa Rosa no es solo una versión latinoamericana de nuestra gran laica italiana. Lo central en ella es el encuentro con Dios y la relación especial que siempre mantuvo con él. La historia lo narra como algo que sucede desde niña. Este enamoramiento de Santa Rosa hacia Dios la lleva a descubrir a un Dios que es, ante todo, Amor y Misericordia. Se deja cautivar de tal forma por Dios, que ella decide dirigir su vida a vivir intensamente con Dios, a través de la oración, y a vivir la misericordia con los más necesitados.
Quizá esta sea una primera aportación de Santa Rosa para nosotros. El ejemplo que nos ofrece de su enamoramiento de Jesús-Dios, expresado en su oración intensa y en la compasión con los que más sufren. Dos elementos muy dominicanos.
En Santa Rosa, la contemplación de Dios y de la realidad van unidas y condicionan toda su vida. Rosa se caracterizó por su humildad, sencillez, obediencia, caridad y paciencia. El adentrase en Dios y descubrir su inmenso amor hacia todos nosotros es lo que le lleva a imitar el amor y la compasión de Dios, intentando remediar los sufrimientos y miserias de los más desfavorecidos de la sociedad peruana. Ella se entregó a Dios en su oración, al servicio y compasión por los pobres y más necesitados. Ese era el resultado del enamoramiento que por Jesús sentía. Es la expresión de una vida divina en ella.
A Santa Rosa le tocó vivir en un ambiente de inquietud religiosa como el nuestro, y también de profundas desigualdades económicas y sociales. Santa Rosa se enfrentó a esta realidad desde la fe, desde la buena noticia que Jesús nos ha traído para vivir una sociedad de hermanos y hermanas.
Quisiera invitar a todos los hombres y mujeres de hoy, de manera especial al pueblo peruano, a seguir los pasos de esta gran mujer que dio a América la primera flor de santidad, insigne por la fragancia de su penitencia y oración. Que no perdamos el sentido de encontrar a Dios en oración intensa y en la compasión a los más empobrecidos.
Hoy que nuestro mundo presenta los tintes de pobreza en muchos sentidos, no solo la económica, sino la de justicia, la del desconocimiento del Evangelio, bien podría ser su ejemplo, un camino que ilumine nuestra presencia en este siglo XXI. Dejemos que Dios sea todo en todo como en Santa Rosa.