"La Obediencia Dominicana"

Fr. Sebastian Vera A.
Fr. Sebastian Vera A.
Convento San Valentín de Berrio Ochoa, Villava

A propósito de los Consejos Evangélicos, tema que estamos tratando en estos últimos escritos de nuestro blog de estudiantes, hoy toca hablar de la obediencia. El papa Pablo VI expresó lo que es el alma y la estructura fundamental de la vida consagrada con estas palabras: “Los consejos evangélicos de castidad, ofrecida a Dios con voto, de pobreza y de obediencia, son ya la ley de vuestra existencia” (Evangelica Testificantio 7).

  Los consejos evangélicos contienen y manifiestan el corazón de la consagración y de la misión propia de los religiosos, es decir, la realidad constitutiva y distintiva de las personas consagradas. Los religiosos construyen el reino mediante la primacía dada a sus valores, posponiendo los bienes de la tierra, del cuerpo y de la libertad, para potenciar el fervor de la caridad y el servicio cristiano a la humanidad. La Iglesia y el mundo necesitan estos hombres y estas mujeres. La pobreza es algo más que el trabajo; la castidad es más que la convivencia fraterna; y la obediencia no se termina en el diálogo. Los consejos exigen un estilo de vida sin el cual no es posible vivirlos con plenitud y fidelidad. Lo que prevalece en el voto de obediencia es dejarnos guiar por la voluntad de Dios.

  Santo Tomás de Aquino, respecto de los consejos, dice: “Hemos visto ya que estas palabras del Señor (“Si quieres ser perfecto, vende todo y dalo a los pobres y sígueme” Mt 19,21) no significan que la pobreza sea la perfección misma, sino un medio de perfección, y como hemos probado el menor de los tres medios esenciales de la perfección, pues el voto de castidad es superior al voto de pobreza, y el de obediencia es superior a los dos. Y puesto que el medio no es empleado por sí mismo, sino para alcanzar el fin, no es mejor por lo que vale en sí, sino por su proporción al fin” (Summa II-II 188,7 ad 1). En consecuencia, los consejos evangélicos no son el fin de la vida consagrada, sino los medios fundamentales para conseguir más rápida y fácilmente la perfección de la caridad, en la comunión fraternal.

  En la vida consagrada, el voto de obediencia es clave. La obediencia es una mediación peculiar y necesaria en la búsqueda y aceptación de la voluntad de Dios y como expresión de la pertenencia a una Congregación con su carisma propio. Cuando hablamos de obediencia nos referimos tanto a la de los superiores como a la de los súbditos, pues todos han hecho voto de obediencia. La renovación de nuestras comunidades depende, dentro de la Providencia Divina, de la obediencia de los superiores y de los súbditos a la voluntad de Dios, manifestada en tantos signos y en tantos corazones.

  El Evangelio y las Constituciones de la Orden dominicana son los pilares donde se fundamenta la vida consagrada de los dominicos. Sto. Tomás nos dice que la obediencia es la forma del seguimiento de Jesús en la vida consagrada (II-II 186,8 ad 1). Esta experiencia nada tiene que ver con la dialéctica del amo y esclavo. Es la expresión de la libertad y el gozo de quienes sirven a Dios. Siguiendo a Jesús por el camino de la obediencia consagrada, no sólo conocemos, aceptamos y nos sometemos personal y comunitariamente a la voluntad de Dios, sino también nos sometemos a Cristo encarnado en la Iglesia, y viviendo la vida de los hombres. La obediencia es una forma de entrar en comunión con el amor trinitario y con la misma humanidad.

  Los consagrados nos guiamos por la ley nueva, que es la gracia interior del Espíritu Santo. La ley es tal, no en cuanto obliga, sino en cuanto instruye. En esta perspectiva, la obediencia cristiana no es un acto social, ordenado a una convivencia correcta, sino, sobre todo, una escuela de perfección ordenada al bien común espiritual. Se trata de practicar no sólo las obligaciones del voto de obediencia, sino principalmente la virtud y el consejo evangélico de la obediencia según el espíritu de las bienaventuranzas. La virtud moral de la obediencia, cuya finalidad es disponer la voluntad para ejecutar lo mandado por el superior (II-II, 82,1; 104,2 ad 3), necesita como las demás virtudes de la prudencia, pues en este campo se puede pecar por obedecer poco o por obedecer demasiado (servilismo).

  En la fórmula de profesión de los frailes dominicos se menciona únicamente el voto de obediencia. El Maestro de la Orden fray Humberto de Romans, en su “Carta sobre los tres votos sustanciales de la religión y otra virtudes”, describe la obediencia religiosa como: pronta, devota, voluntaria, ordenada, gozosa, decidida, universal y perseverante. En las actuales Constituciones, inspiradas en la tradición primitiva de la Orden, se propone la motivación profunda de la obediencia.

  “Al principio de la Orden, Santo Domingo pedía a sus frailes que le prometiesen comunidad y obediencia. Él mismo se sometía humildemente a las disposiciones y, sobre todo, a las leyes, que con plena deliberación, promulgaba el Capítulo General de los frailes. Pero fuera del Capítulo General exigía de todos la obediencia voluntaria, con benignidad ciertamente, pero también con firmeza en las cosas que él mismo, gobernando la Orden, ordenaba después de una conveniente deliberación. En verdad, una comunidad para permanecer fiel a su espíritu y a su misión, necesita el principio de unidad que se obtiene por la obediencia” (LCO 17§1).

  El mandato del superior es un acto de inteligencia, pues su objetivo es ordenar y no simplemente obligar. Los únicos límites teóricos de la obediencia son los mandatos que estén mal ordenados o cuya ejecución implicara pecado. Con todo, en la práctica conviene obedecer, movidos por la humildad y por el amor a Dios, y fundados dinámicamente en la voluntad de Dios. La obediencia, como virtud cristiana, es sumisión a Dios, comenzando y terminando en Dios. El doctor Angélico nos habla de obediencia espiritual y de obediencia según la Regla y no a la Regla (II-II, 186,9 ad 1). Obedecer más que cumplir leyes es someterse a Dios, manifestado en la nueva vida libre en el Espíritu.