2ª Estación: Jesús carga con la cruz
Y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota (Jn 19,17).
Después del juicio e interrogatorios a Jesús, los sinópticos coinciden en señalar que obligaron a un tal Simón de Cirene a que le llevara la cruz. San Juan es el evangelista que nos informa que Jesús llevó su propia cruz (19, 17). Pero probablemente se refiere, igual que otros cronistas de la época, sólo al travesaño superior de la misma. Hoy se sabe casi con certeza que la cruz no se llevaba armada, tal y como ha sido representada por la imaginería tradicional, sino en dos trozos. Los estudiosos discrepan sobre si el palo vertical estaba habitualmente clavado en el lugar de las crucifixiones o si éste era también trasportado como el horizontal.
Las manos de Jesús que bendijeron a los niños, las que curaron a tantos enfermos, las que acogieron y perdonaron a muchos, las que expulsaron a los mercaderes del templo, las que lavaron los pies a los discípulos… están ahora agarradas a la cruz con la fuerza de su amor.
Jesús inicia su último trayecto pisando nuestra tierra, su camino definitivo, el camino del Calvario. Es lo que tantas veces había anunciado, el camino que había emprendido ya desde el comienzo, desde que empezó a vivir y a proclamar que lo único que da vida es el amor incondicional al Padre y el amor absoluto a todos los hombres.
Pero antes, le habían azotado. Y los soldados atravesaron su cabeza con una corona de espinas, y le cubrieron, para reírse, para humillarle, con un manto de púrpura. Otros “comenzaron a escupirle en el rostro y a darle puñetazos, y otros le herían en la cara diciendo: profetízanos, Cristo, ¿quién es el que te ha herido?” (Mt 26,67).
Después de una noche entera de malos tratos, ponen sobre sus hombros una cruz, el signo de los malhechores. Los romanos querían dar a las ejecuciones un sentido ejemplar y preferían que los condenados cruzasen por las calles más concurridas para que todos los vieran. El mismo condenado debía llevar el instrumento de su suplicio. Tal era la costumbre y fue la que se siguió con Jesús.
Desde que Jesús abrazó la cruz, es la señal de los cristianos. En ese instrumento de martirio y muerte, nosotros vemos el triunfo del amor incondicional de Dios que en Jesús se sacrifica y se entrega; en ella está el triunfo de la Verdad y la Justicia, del Amor y la Vida. Desde ese inicio del camino al Calvario, la cruz es nuestro signo, nuestra victoria.
En la cruz están representados nuestros pecados, el mal y el sufrimiento del mundo entero. Ahí están nuestros orgullos y violencias, nuestras codicias y mezquindades, nuestros odios y egoísmos. Pero en la cruz arrastrada por Jesús están también las fuentes de nuestra salvación. El orgullo es vencido por la humildad, la violencia por la mansedumbre, la codicia por el despojo de todo, el odio por el perdón a todos, también a los enemigos.
La presente condición del mundo y las formas de cómo este mundo se organiza, contradicen el proyecto de Dios de instaurar su Reino. El Reino de Dios en el mundo se va construyendo contra el reino del egoísmo y de la pobreza, que son los que actualizan a Jesús cargando con su cruz por el largo camino de la historia. En la coyuntura dramática actual están las víctimas de la grave crisis económica: los millones de parados, los ahogados por las deudas y los desahucios, los jóvenes que no encuentran empleo, los excluidos, los obligados a emigrar. Pero siguen estando los millones de seres humanos que mueren de hambre, o por la violencia y la guerra, o a causa de tanta injusticia. Dios mismo carga con la cruz, con tantas cruces, con todas las cruces; no hay cruz alguna injustamente impuesta, que le sea indiferente.
Señor Jesús, de este modo echas a andar. Arriba te espera la muerte, que va a ser nuestra vida. Por eso no te importa la deshonra, la humillación, el dolor intenso. Piensas en mí, en nosotros, en la humanidad entera, y ese dolor te parece poco para salvarnos.
¡Así amas al mundo, Jesús! Enséñanos a sentir como tú, a ser generosos, a ir hasta esa entrega final, que puede salvar también a tantos hermanos.