Al ver las estrellas se llenaron de inmensa alegría - EPIFANÍA DEL SEÑOR

Fr. Néstor Rubén Morales Gutiérrez
Fr. Néstor Rubén Morales Gutiérrez
Convento di Santa María sopra Minerva, Roma

La fiesta de la Epifanía del Señor, que celebramos este domingo, es tradicionalmente conocida como el día de Reyes. Para los niños y no tan niños es un día especial en que los Reyes Magos traen sus regalos y, con mucho tiempo de antelación, quienes asumen el papel de Reyes, han tenido que ir de compras navideñas para hacer de este día algo especial. Sin embargo, no es el regalar (cosa que nos impone el mercado mundial) lo que realmente hace de esta fiesta algo importante, sino más bien «el adorar a un niño» lo que toca en profundidad el sentido cristiano de la fiesta.

La liturgia de este domingo juega con varios símbolos: por un lado, la luz, de la que nos habla el profeta Isaías y que hará brillar a Jerusalén y, por otra parte, la estrella, que siguieron los Magos de oriente y que se posará sobre el pesebre, según nos narra el evangelista Mateo. La estrella proyecta la luz y a su vez esa luz es una estrella. Para los cristianos esa estrella y esa luz tiene un nombre: Jesús de Nazaret, hecho niño en un pesebre.

Si Jesús hecho niño es la luz, eso significa que no vivimos en las tinieblas, que tenemos una lámpara que nos ilumina y que el aceite de esa lámpara es nuestra fe. «Yo soy la luz del mundo» (Jn 8,12). Si Jesús es nuestra estrella, es entonces la constelación más perfecta, aquella que no necesita ser iluminada por nada, porque tiene luz propia y brilla de manera resplandeciente. En efecto, la luz de la estrella y la estrella luciente están en un niño, en este caso en Dios hecho niño, pero están también en todos nuestros niños, porque cada niño que nace es estrella y luz para la familia, para la sociedad; porque en cada niño que nace resplandece el rostro de Dios; en cada recién nacido está la primera imagen y semejanza del Padre. Por eso la infancia debe ser protegida, cuidada, educada… Con la fiesta de la Epifanía estamos celebrando la grandeza de la infancia y adoramos en ella todo lo que tiene el ser humano de frágil, débil, vulnerable, dependiente. Por eso, nuestros mejores regalos a los niños no radican en los juguetes, juguetes que luego se olvidan y en cuanto se cansan de ellos dejan de ser usados; al contrario, en ser conscientes de la necesidad de un niño compromete a los padres a regalar unidad en la familia, corresponsabilidad mutua y amor de modo gratis.

Nos narra el evangelista que los Reyes al ver la estrella se llenaron de alegría, y es que la alegría, como bien nos dice el poeta, es la verdad más honda. La nobleza de un niño, su inocencia, su sonrisa… todo estaba en la estrella que hallaron los Magos. Todo eso debe de estar también en la estrella que buscamos los creyentes. Cuando estas cosas no aparecen en lo que buscamos es probable que nos hayamos confundido de estrella, y entonces habrá que salir en la búsqueda de la auténtica y verdadera.

La fiesta de la Epifanía es otro modo de entender el misterio de la encarnación: todo un Dios omnipotente y omnisciente es ahora un niño necesitado de cuidado, de cariño y de afecto. Los pastores y los Reyes adoran a un Dios pequeño; se quedan perplejos ante el misterio que los afecta y contemplan en el pequeño lo humano de Dios y lo divino del hombre.