ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Nos situamos en el VII Domingo de Pascua y celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. Aunque es un hecho claramente importante, tanto así que forma parte esencial del kerigma cristiano, no nos estamos refiriendo a algo diferente de lo que hemos venido celebrando en este tiempo pascual, la resurrección del Señor. De hecho, no fue sino hasta el siglo V en que se vio marcada la distinción entre Resurrección y Ascensión de Cristo.

En la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles, Jesús aparece después de su pasión, presentándose durante cuarenta días a sus discípulos, dándoles instrucciones y hablándoles sobre el reino de Dios. Es importante ver cómo Jesús en este tiempo, pedagógicamente les exhorta a aguardar a que se cumpla la promesa del Padre: en dicha promesa, los discípulos recibirán el Espíritu Santo y se convertirán en testigos de la resurrección. En los días venideros, han de ser fuertes y aprender a hacer presente la Pascua en sus vidas, es decir, vivir y enseñar cómo vivir según las enseñanzas del Maestro.

Tanto en la primera lectura como en el relato evangélico de Lucas, encontramos elementos similares, como el envío de los discípulos a enseñar lo visto y aprendido, a ser testigos de la resurrección. Proclamar la conversión y el perdón de los pecados. Finalmente, esperar la promesa del Padre. Es en este momento en que Jesús se separa de ellos y, según Lucas, es llevado hacia el cielo. En este relato evangélico se hace evidente la presencia del Padre, quien aparece como garante de que se cumpla el proyecto salvífico; una vez cumplida la misión de Cristo en la tierra, vuelve a la casa del Padre. O, como lo afirma el salmo, «Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas».

Cabe preguntarnos: ¿Cuál es la promesa del Padre, de la que nos advierten los textos? No podemos perder de vista esta pregunta, pues en su materia nos advierte la presencia del Espíritu Santo: Él es la promesa, es la fuerza de lo alto prometida por el Padre. Es el Paráclito, el consolador de los fieles. Es la muestra perfecta de la permanencia divina, ciertamente el Hijo regresa al Padre, pero nos deja su Espíritu. En este sentido, Dios no nos abandona, la Ascensión de Cristo no es una ruptura con la humanidad, sino una continuación de la presencia de Dios. Una vez más es claro que el Dios en quién creemos, no se desatiende de su pueblo, de sus hijos, sino que los acompaña, los guía y alimenta con su palabra y su Espíritu.

Pidamos a Dios, que, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor, misterio trinitario, ya que se hace presente el Padre con los brazos abiertos, el Hijo que regresa a la casa del Padre y el Espíritu que es enviado como promesa; nos dé la capacidad de poder recibir sus dones y acoger su palabra, hacerla viva y proclamarla hasta el confín de la tierra.