Atraversar el desierto y ponernos a tiro (Solemnidad de la Epifanía)
Teniendo de Dios noticia,
buscan con divino zelo,
la’strella, ´l Sol de Justicia,
los Reyes al Rey del cielo.
Guiados son d’una strella,
La’strella de su Señor,
Y el Señor dellos y dellas
Sigue y busca´l pecador.
(Francisco Guerrero, s. XVI)
Con la solemnidad de la Adoración de los Reyes Magos, o de la Epifanía, se cierra el primer ciclo litúrgico, cuyo contenido podríamos resumir como el tiempo de los deseos y anhelos (Adviento), el tiempo de lo concreto (Navidad) y el del encuentro (Epifanía).
De alguna manera, los dos primeros se caracterizan porque la iniciativa parte de Dios. De Él parte la iniciativa de presentarse ante el mundo “como uno de tantos”, primero en forma de promesa y después de realización de la promesa.
Pero faltaba nuestra respuesta, porque Dios solo puede actuar en nosotros si lo hace con nosotros. Y para que se produzca un encuentro se necesitan, al menos, dos. Ya sé que algunos me dirán que Dios lo puede todo, pero es que, precisamente, este es el tiempo en que Dios se olvida de ser el Todopoderoso, para convertirse en el nadapoderoso...
A veces, sin embargo, no sabemos cómo encontrarnos con Él, estamos desorientados, no sabemos ni por dónde empezar. Quizás sea por falta de atención, por la dispersión a la que nos vemos sometidos y de la que es tan difícil escapar, pero nosotros ya no vemos la estrella que nos conduzca a Belén, no sabemos dónde encontrar las señales que nos hagan encontrar al Señor.
Solo sabemos que los Magos se pusieron en camino para acudir al lugar señalado; es decir, para que se produzca el encuentro, hay que salir de nuestros estrechos límites, de nuestras seguridades, de nuestras instalaciones, tanto materiales como espirituales.
Claro que esto produce incomodidad, porque exige atravesar el desierto para “ponernos a tiro” y caer en la cuenta de las cosas que nos distraen y que, de manera sutil, están haciendo que no se produzca el encuentro.
Quizás todos hemos tenido momentos en los que, de alguna manera, se ha producido una epifanía, en los que nos hemos percatado de alguna señal que nos ha sacado de nuestro ensimismamiento y nos ha permitido vislumbrar (que no ver) algo distinto; que nos ha dado pistas sobre por dónde caminar.
En cualquier caso, nos lo pueden contar, y las experiencias ajenas siempre son válidas. Pero el encuentro siempre es personal, fruto de una travesía del desierto por la que vayamos dejando trozos de uno mismo y mirando con otros ojos a las personas, a las cosas, a los acontecimientos, por si en ellos podemos hallar las señales que nos conduzcan a nuestra meta: Dios.