Cristo Rey, Él reina en tu vida. (domingo XXXIV TO, Ciclo B, Jn 18, 33-37)


Con la celebración del domingo XXXIV culminamos el ciclo B del tiempo ordinario. Lo hacemos festejando, con gran alegría y júbilo, la fiesta de Cristo, Rey del Universo. Esta fiesta es tradicionalmente la que nos abre paso al tiempo de Adviento, tiempo de reflexión y de limpieza de corazón, al conmemorar el nacimiento y encarnación de nuestro Señor Jesús.

    La fiesta de Cristo Rey es una de las fiestas más celebradas y reconocidas en todo el territorio cristiano. El peligro es que se celebre solo por mera tradición eclesial, inculcada en las personas a lo largo de los años, o que la gente la celebre porque es una fiesta de la Iglesia y no porque sea algo que le afecte realmente en su vida personal como creyente que es. Algunos pueden pensar que después de participar en la eucaristía han cumplido con su deber como cristianos, como seguidores de Cristo, que hoy es proclamado Rey. Pero participar en la eucaristía es mucho más. Es reconocer a Cristo como nuestro Rey, y es donde los cristianos vamos a recibir los dones, el cuerpo y la sangre de Cristo, que nos dan fuerza para ponernos a disposición de nuestros hermanos más necesitados. Damos el amor que hemos recibido en la eucaristía.

    Jesús es Rey, y con claridad lo revela cuando contesta a Pílato: “Sí, como dices, soy Rey. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”. No es un Rey rodeado de oro, de plata, de riquezas ilimitadas, ni vive en un palacio vigilado por personas que ni conoce, no es un Rey que pase desapercibido a sus siervos; sino que es un Rey que reina en tu vida, en tu corazón, que trae un reino donde ni el oro, ni la plata, ni las riquezas humanas tienen cabida, un reino donde la única norma que existe es el amor, que llena de gozo y alegría a los hombres.

    Sabemos que el reino de Jesús, en su plenitud, lo disfrutaremos después de nuestra muerte. Pero el reino ya ha empezado en nuestro trayecto terreno, como nos lo da a entender el mismo Maestro, cuando se dirige a sus seguidores y a la multitud que siempre le rodeaba: “ el reino de Dios ya está entre vosotros”. ¡Entre nosotros! ¿Dónde? En todos nosotros. Especialmente en aquellos pobres, hermanos desprotegidos, despreciados y sin voz en la sociedad. En aquellos hermanos que sufren la tragedia del hambre, desprovistos de lo más elemental para llevar una vida digna por culpa de una injusta distribución de los bienes de esta tierra. Una situación que no se parece en nada al Reino de Cristo, al Reino del amor.

   Cristo nos pide que ya ahora le dejemos reinar en nuestro corazón, que es lo mismo que dejemos que el amor reine en nosotros, lo que nos llevará a ayudar a todo hermano necesitado. De esta manera, al final de nuestra vida, Jesús nos podrá decir: “Venid, benditos de mi Padre y tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber... desnudo, enfermo, forastero, en la cárcel, y... me atendisteis. Porque cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis".

      Ya sabemos lo que Cristo nos preguntará al final de nuestros trayecto terreno.