Deseando deseos (I parte)

Deseando deseos (I parte)

Fr. Bernardo Sastre Zamora
Fr. Bernardo Sastre Zamora
Convento de santa María Sopra Minerva, Roma

El deseo es algo innato al ser humano: estamos constantemente deseando cosas. El deseo no puede eliminarse de nuestra vida; en todo caso, redirigirse a nuevas y mejores cosas. Todo deseo es deseo del bien: todo deseo es deseo de todo («deseo de Dios», dirá santo Tomás de Aquino). Siempre deseamos algo bueno: cosas materiales, cosas espirituales, relaciones fraternas… Nadie elige el mal per se, por la satisfacción de hacer algo destructivo. En todo caso, si se hacen cosas malas es porque se ha percibido un bien aparente, basado en convicciones personales erróneas e incluso humanamente nocivas (o bien por causa de oscuros estados mentales...).

Hay alguno que dirá que no necesita hablar de estos temas, porque ya es feliz: «Yo ya elijo libremente mi vida: el helado de esta mañana, la peli de terror de por la tarde, el cine al que iré y los amigos con los que ya he quedado». ¿De verdad esto es así? ¿Y si el helado fuera un antojo que trata de llenar un vacío interior, la peli un medio para desahogarse de otras frustraciones vitales y los amigos una forma de compensar la falta de afecto en el propio hogar? Ciertamente, este panorama parece desolador: no tendría por qué suceder así, ¡que el mundo no es tan dramático!; pero al menos admitamos que se trata de un posible escenario de vida.

¿Dónde está la clave para entender la dinámica de nuestros apetitos? En tomar conciencia de que no solo pueden desearse cosas limitadas y temporales, sino absolutas y eternas. Hablamos del concepto de metadeseo: el deseo de transcendencia; ir más allá de nuestros límites, por libre y voluntaria elección personal. No solo deseamos cosas buenas, sino buenos deseos; esto es, que dichos deseos nos lleven a buen puerto, máxime si estamos en medio de un naufragio vital.

Podemos partir de dos temas de innegable actualidad: ciencia y religión. En primer lugar, aportamos algunos descubrimientos de vanguardia por parte de la neurociencia del placer[1]:

El placer no es meramente una sensación o un pensamiento. El placer consiste en ciclos de deseo, gusto y aprendizaje. Una buena vida depende de un sistema cerebral que pueda pasar por este ciclo de cambios de manera ordenada.

«Es un mito que los hedonistas sean más felices que otras personas. Aquellos que se encuentran en una persecución interminable de placer por el placer mismo a menudo son infelices», advierte Sendaia Laiol, neurocientífica de la Universidad de California. «El placer no se trata tanto de la dopamina y los opioides en sí, sino de cómo el cerebro se comunica entre varias regiones. Los neurotransmisores cambian el cableado de las regiones y cómo se relacionan entre sí».

Por consiguiente, la plasticidad cerebral y las sinapsis neuronales juegan un papel esencial en la vida humana: no solo se trata de funciones químicas que generan estados de ánimos placenteros, sino de funciones integradas que sientan las bases para una vida feliz. No en vano, buscar el placer de forma absoluta y exclusiva no da la felicidad, pero una vida con deseos razonables, sorprendentemente, nos da una satisfacción aún mayor: «Para que uno se deleite, no se requiere que consiga todo lo que desea, sino que se deleite en cada una de las cosas que consigue» (Santo Tomás de Aquino, príncipe de los teólogos, S. Th. I-II, q. 30, a. 4).

Continuará...

[1] https://www.infobae.com/america/ciencia-america/2021/07/14/descubren-el-funcionamiento-de-la-neurociencia-del-placer/