Deseando deseos (II parte)
En segundo lugar, podemos comparar, por ejemplo, el budismo y el cristianismo (aunque el primero sea un sistema filosófico-espiritual, más que credo y praxis religiosos). El budismo aspira a encontrar la paz interior mediante la liberación de todo deseo, pasión y dolor hasta llegar al nirvana (‘extinción’), estado y conocimiento supremos. Frente a esto, en el cristianismo se alimenta el más noble de los deseos: evitar perder la paz interior. Aunque Sidarta Gautama fuera príncipe, Cristo fue, es y será siempre el príncipe de la paz, y no desea que nos libremos de algo tan natural como desear, sino más bien que lo busquemos a él de forma libre, voluntaria y desinteresada. Si nuestro ánimo está centrado en la gloria de Dios, la paz interior estará más que asegurada, y la paz social se irá construyendo por una especie de «ósmosis» natural.
Un cantante no es un youtuber que sube cuatro vídeos mal grabados y peor entonados, sino alguien con talento y experiencia.
Ahora que ya hemos tomado conciencia de la importancia del deseo humano, así como el metadeseo divino, podemos adentrarnos más a fondo en el funcionamiento de nuestro «mecanismo interior». A buen juicio de muchos autores, no solo contemporáneos, tenemos tres capacidades relacionadas con el deseo: apetito racional y apetitos sensibles, el cual a su vez se divide en irascible y concupiscible.
- El apetito racional es la voluntad, o capacidad de poner en práctica los bienes concebidos previamente en nuestra inteligencia. Primero la inteligencia percibe algo real como bueno y deseable, y entonces la voluntad lo pone en práctica de forma efectiva. Es en este ámbito volitivo donde tendría sentido hablar de metadeseos: tenemos una voluntad sedienta, que no termina de satisfacerse con el mundo visible.
- El apetito sensible irascible está relacionado con los bienes difíciles. Por ejemplo, la superación de una situación crítica, como la obtención de un nuevo empleo.
- El apetito sensible concupiscible se mueve hacia bienes fáciles. Es un impulso primario (en sentido de ‘inicial’, pero también de ‘básico, animal e instintivo’). Básicamente —aunque no solo— tiene que ver con los deseos de comida y sexo, es decir, de supervivencia y reproducción biológicas.
Así, si vamos educando nuestras pasiones (irascibles y concupiscibles), podremos orientar nuestro metadeseo de absoluto a objetivos más elevados, perennes y duraderos. Y entonces ser más felices, de forma consciente y voluntaria; no solo según pasiones e impulsos instintivos.
La realización más humana del metadeseo se llevaría a cabo a modo de deseos reales, no imaginarios. La esperanza del hombre no está en las cosas que imagina de modo aleatorio e imita a toda costa —la imaginación es «la loca de la casa», decía santa Teresa…—, sino, en todo caso, en el seguimiento creativo de buenos modelos de vida. Un cantante no es un youtuber que sube cuatro vídeos mal grabados y peor entonados, sino alguien con talento y experiencia. Aunque no seamos fotocopias de famosos, podemos imitar e incorporarnos a las cosas buenas del mundo, utilizando de forma ingeniosa nuestros dones y virtudes, que imprimen nuestra propia personalidad a las cosas creadas. Nótese que aquí la imaginación, en cuanto creatividad ordenada, no sería algo peyorativo, sino una herramienta interior muy útil y capaz.
En suma, el deseo está en el ser humano como don de Dios. Venimos del deseo y hacia el deseo nos movemos: hemos nacido gracias al deseo de nuestros padres y, en última instancia, del mismo Creador, quien desea que seamos agraciados hoy, mañana… y hasta el final. Ahora bien, nuestros deseos deben ser purificados en el día a día: para eso contamos con la gracia divina, que reorienta nuestras muchas apetencias a medios y fines más elevados. No en vano, el bien más apetecible de todos consiste en la bienaventuranza eterna: ser feliz para siempre jamás.