El amor, ingrediente de los discípulos de Jesús
“...lo importante es cocinarlo con mucho amor..." eso decía el personaje de Tita en la novela “Como agua para chocolate” de Laura Esquivel. Me ha venido a la mente esta frase, de esta magnifica novela, por dos razones. La primera es el Evangelio que hoy comentamos y donde Jesús dice que el amor es el signo de sus discípulos. Y la segunda, porque ha cundido el éxito de los programa televisivos culinarios. Esto me hacía pensar en que la vida es como un buen plato: debemos poner los ingredientes en su orden para que salga bien. Añadir especias. Y como resultado, tendremos algo que sólo nosotros hemos hecho y que queremos compartir con los otros. En este deseo de compartir, esta el amor.
Volviendo a la novela, la cual recomiendo, hay un determinado momento donde Tita cocina un plato con mucha pasión. Y esta pasión pasa al plato, y a todos aquellos que comen dicho plato. Es muy diverdita la escena donde comen y este guiso les empieza a cambiar y a tranformar. Así también son las cosas en la vida, dependiendo del amor o no amor que le pongamos, nuestros platos, es decir, nuestras obras, sabrán a amor o a otra cosa. Y podrán transformar, o no, a los que se lo coman.
Jesús nos dice en el Evangelio de hoy, que el ingrediente que no puede faltar a cada uno de sus discípulos es el amor. Pero no es un amor cualquiera, sino que es uno específico. Es el amor con que Él nos ha amado. Este amor lo podemos conocer porque Él nos ama primero. Este punto es muy importante porque quien no conoce el amor, no puede amar. Quien tiene en su corazón odio y resentimiento, no puede estar abierto a la humildad del amor.
Hace poco leí un estudio pedagógico muy interesante sobre el amor a los niños en edad temprana. Aquellos niños que provenían de entornos donde no habían recibido afecto, se distinguían por padecer transtornos de ansiedad, hiperactividad, etc. lo único que era capaz de calmarlos era el contacto con un adulto. Pero un contacto que fuese para transmitir afecto, como el simple hecho de tenerlos en brazos.
Por eso, este "como yo os he amado", nos urge a los cristianos a amar indiscriminadamente y desde ahora. Si somos cristianos, si nos hacemos llamar cristianos, nosotros más que nadie debemos dar testimonio de este amor que desarma todo conflicto. No sirve, por lo tanto, escudarse en la estructuras culturales y contemporáneas para hacer valer mis criterios de egoísmo e incomprensión. Dios no ha amado primero. De ahí nace, como en un manantial, el secreto del amor que se alegra entregándose, donándose.
Esto también nos impone una obligación: ¿Conocemos realmente a Jesús? ¿Conocemos su amor misericordioso para con los otros? ¿Lo hemos experimentado? Repito ¿Lo conocemos de verdad? Hermano, cuando se ha conocido el amor más grande, ya no hay vuelta atrás. La vida cambia de color. Nuestras ideas que fueron, dejan de serlo, para abrirse a este amor, a esta novedad. Puede ser que al hacernos estas preguntas, nos demos cuenta de que no conocemos a Jesús, de que no conocemos el amor de Dios. Tranquilo. No desesperes. Jesús está deseando encontrarse contigo. Nuestro Redentor vive. Y ahora mismo está pensando en ti. Pídele conocer ese amor, pídele conocerte. Pero una advertencia al respecto: puede que cambie tu vida entera. Al discípulo de Jesús se le reconoce por el ingrediente con lo que lo hace todo, por el amor. Por lo tanto, encontraremos discípulos de Jesús, en cualquier parte. Cualquier persona, venga de donde venga, sea lo que sea, ame como ame, piense como piense, o sienta como sienta, si lo hace con amor: ése es discípulo de Jesús.