El amor y la paz van de la mano (VI Domingo de Pascua Ciclo C)

Fr. Salvador Nguema Nguema Nchama
Fr. Salvador Nguema Nguema Nchama
Malabo, Guinea Ecuatorial
A la escucha no hay comentarios

En estos últimos domingos de Pascua, las palabras de Jesús suenan a despedida, da la sensación de que ya se va. Pero ¿a dónde va Jesús? Si hacemos un recorrido del evangelio de Juan, nos daremos cuenta de que el evangelista presenta a Jesús como el Enviado. El mismo cuerpo del evangelio desarrolla una cristología del Enviado. Jesús es el Enviado del Padre, para representarle en el mundo. De hecho, no pronuncia sus propias palabras, sino aquellas de su Padre; no realiza sus propias obras, sino las de su Padre; no cumple su propia voluntad, sino aquella del Padre; no desea ser otra cosa que la voz y la mano, la acción potente y misericordiosa de Dios entre los hombres. Por tanto, tras cumplir ya esa misión del Enviado al mundo tiene que volver al Padre. Pero antes de volver, teniendo en cuenta que los discípulos saben que le queda poco tiempo para seguir con ellos, se sienten solos, abatidos, tristes. Jesús lo sabe porque conoce bien a sus discípulos y, para animarlos, decide confiarles su deseo: que todo lo que Él ha traído del Padre, su palabra, el mensaje de salvación que no se pierda.

Jesús les dice, y a nosotros, los que queremos seguirle, los que le confesamos como el Mesías, el Hijo de Dios: ''el que me ama guardará mi palabra''. Con estas palabras Jesús quiere que seamos fieles a su palabra, a lo que hemos recibido de Él, y que seamos testimonio del amor de Dios entre los hombres. Observar lo que recomienda Jesús, significa acoger con fe la globalidad de su palabra. No podemos decir que amamos a Jesús, a Dios, ni podemos confesar nuestra fe en Él, sin guardar su mensaje y fiarse totalmente de Él. Jesús sigue presente en sus palabras y en ellas late su presencia.

Jesús, tras aludir al tema de su partida, consuela a sus discípulos con la promesa de enviarles el Paráclito que les va a impulsar, a vitalizar, que les ayudará a sentir la presencia de Dios continuamente, el Espíritu Santo. Dios no quiere que en ningún momento estemos solos, ni nos sintamos solos. El cristiano nunca está solo, por ello, nos envía el Espíritu Santo. Un Espíritu que, tras la partida de Jesús, es llamado 'abogado' y 'consolador' para defender a los cristianos y reconfortarlos, que les ayude en el camino y les dé cada día la fuerza necesaria para trabajar por la paz que tanta falta hace al mundo de hoy, por la justicia tan deteriorada hoy por la corrupción, y trabajar también por el auténtico amor. El Espíritu Santo nos ayudará a conocer mejor la Palabra de Dios y a ponerla en práctica.;

El Padre y el Hijo vendrán y morarán en los discípulos; el Espíritu Santo estará entre ellos y les instruirá; Jesús les deja su paz, basada en la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que es garantía y certeza de protección y seguridad; la partida de Jesús es motivo de alegría, porque la humanidad alcanza el cielo, entra en el seno mismo de Dios.

''La paz os dejo, mi paz os doy'', dice Jesús a los discípulos. En sus palabras, se oye una de las cosas más deseadas por los hombres, la paz. Todo el mundo anhela vivir y estar en paz. Ni mencionar a los políticos, que prometen la paz como garantía de su permanencia en el poder. ¿Es esa la paz de la que habla Jesús? Jesús lo dice bien claro, ''no os la doy como la da el mundo''. ¿Qué paz podemos garantizar a gente provocando continuamente guerras y conflictos, quitando a los demás lo que les corresponde por derecho y ofreciéndoselo como una ayuda? ¿Qué paz podemos prometer oprimiendo y pisoteando a los más débiles, cuando el número emigrantes y refugiados crece cada día? La paz de la que habla Jesús, la paz que garantiza Jesús, no hay que confundirla con cualquier cosa, ''es el gran regalo, el legado que ha querido dejar para siempre a sus seguidores''. Es sencillo señalar algunos rasgos de la persona que lleva en su interior la paz de Cristo: busca siempre el bien de todos, no excluye a nadie, no alimenta la agresión, fomenta de manera continua todo aquello que une, y nunca lo que enfrenta. Esta es la paz de Cristo, una paz unida al amor.