
El Papa Francisco, diplomático de la periferia
La cultura del bienestar nos ha hecho insensibles a los gritos de los otros (…), la globalización de la indiferencia nos sacó de la capacidad de llorar.
Hoy nos ha dejado un hijo del Concilio Vaticano II, el papa Francisco. Ha sido el primero en algunas cosas, como ser el primer papa latinoamericano, el primer papa jesuita o el primer papa llamado Francisco. Pero si se destacase un concepto primario y fundamental del legado del papa Francisco sería el concepto de «periferia».
Una periferia entendida con una triple vertiente: «La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no sólo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia y prescindencia religiosa, las del pensamiento, las de toda miseria» («XXXV Meeting por la amistad entre los pueblos», el 9 de marzo de 2013).
El centro no es donde reside el poder, sino las perifierias de la ciudad.
A estas dos (periferia geográfica y periferia religiosa) cabe añadir el lugar de los desheredados de la tierra, la periferia social: «La Iglesia nació precisamente aquí, en la periferia de la Cruz donde se encuentran tantos crucificados. Si la Iglesia se desentiende de los pobres deja de ser la Iglesia de Jesús y revive las viejas tentaciones de convertirse en una élite intelectual o moral.» (Francisco. Soñemos juntos: el camino a un futuro mejor, pg. 124)
Cuando ejercía de arzobispo de Buenos Aires, Bergoglio era más conocido en las llamadas ‘villas miseria’ (La Recoleta, Palermo, Belgrano u Olivos) que en el norte de la ciudad, donde se encontraba la clase alta y media porteña. Y, como fruto del contacto frecuente con esta realidad creó, en 2009, la Vicaría Episcopal para la Pastoral de las Villas de Emergencia, porque el centro no es donde reside el poder, sino las periferias de la ciudad.
Sus visitas apostólicas
Tras ser elegido Papa el 13 de marzo de 2013, la primera salida fue la isla de Lampedusa, cuyas playas recogieron, en una década, más de veinticinco mil emigrantes muertos por intentar cruzar el Mediterráneo desde las costas de África, huyendo por el hambre, la miseria y las guerras. Luego, unos meses después fue a celebrar una eucaristía tras un altar que fue levantado con la madera de una balsa naufragada.
Cuestión también llamativa es el nombre, no el número, de los países a los que ha realizado visita apostólica, podemos destacar un listado heteróclito, con una escasez de países con una cosmovisión occidental y la abundancia de países que solemos considerar, por razones diversas, ‘periféricos’: Brasil, Turquía, Albania, Corea del Sur, Jordania, Palestina, Israel, Uganda, Kenia, Cuba, Sri Lanka, la isla de Lesbos de Grecia, Myanmar, Mozambique, Francia, Emiratos Árabes, Canadá, Congo, Sudán del Sur, Marruecos, Auschwitz, la frontera entre México y Estados Unidos…
La «perfieria» es un descubrimiento
Podemos decir que su hecho es coherente: el concepto de «periferia» es capital en el pensamiento de Francisco. Este punto de la «periferia» ha sido un insistir sin descanso. Una «periferia» que no es el confín del mundo, sino la salida y el alejamiento del centro para descubrir una nueva mirada, un nuevo tacto, un nuevo sentir y, cuando volvemos a mirar a ese centro, desde esta nueva realidad periférica a la que hemos llegado, nos encontramos que la realidad es más diversa de lo imaginado. Es en la «periferia», donde el papa Francisco, entiende qué significa tocar la carne sufriente del hermano. Esta es su mística, una mística en salida:
«Miremos, entonces, el camino de Jesús, y recordemos que nuestro primer trabajo espiritual es éste: abandonar el Dios que creemos conocer y convertirnos cada día al Dios que Jesús nos presenta en el Evangelio, que es el Padre del amor y el Padre de la compasión. El Padre cercano, compasivo y tierno. Y cuando descubrimos el verdadero Rostro del Padre, nuestra fe madura: ya no nos quedamos como “cristianos de sacristía” o “de salón”, sino que nos sentimos llamados a ser portadores de la esperanza y la sanación de Dios.» (Ángelus, 4 de febrero de 2024)