El Poder de Dios
La Ascensión del Señor
Cuando se nos habla del poder de Dios, resulta bastante común reaccionar pensando en los problemas que todavía tenemos y en nuestras frustraciones. Incluso desde una óptica menos centrada en nosotros mismos y más solidaria, nos viene a la cabeza los graves problemas que aún acucian a la humanidad. ¿Cómo los permite Dios?, y no es suficiente hacer un ejercicio de autocrítica y atribuirlos al mal uso de la libertad humana, que, sin duda, en muchos casos se da y puede llegar a tener efectos dramáticos. Estas cuestiones andan rondando alrededor de la fe y pueden llegar a ser agobiantes para muchos creyentes. Nos gustaría tener a Jesús, el Cristo, el Salvador, actuando en vivo y en directo en nuestra vida y en la historia. Ante esta carencia no valen analgésicos, no son suficientes recetas introspectivas, cognitivas, o de espiritualidades evasivas que a la postre son superficiales. El problema está ahí, ¡es evidente!
Sin embargo, el Evangelio nos transmite seguridad, fuerza, vigor, nos robustece en la fe. La cuestión no es tanto el por qué no se queda Jesús y actúa físicamente, la cuestión es si tiene poder, si es eficaz la acción de Dios hoy. El Evangelio nos responde rotundamente sí; sí, porque nos ha dejado su Espíritu y porque su Espíritu es eficaz. Así, ha llegado la hora del Espíritu y de la Iglesia. Es el momento de que nosotros, movidos por el Espíritu prediquemos al Dios de Jesús y demos testimonio de su presencia trabajando por un mundo más justo y por una fraternidad universal. Por eso entiendo que es muy importante recuperar y presentar de una forma comprensible en nuestro tiempo y nuestra sociedad la eficacia de la presencia de Dios en nuestro mundo. Esto supone que es Dios quien toma la iniciativa en nuestra vida, amándonos primero y también la fidelidad de Dios a los hombres. Pero también nos obliga a revisar nuestro concepto de eficacia, nuestra relación con Dios e incluso nuestro estilo de evangelizar.
Efectivamente, Dios no nos hace la faena, ni nos evita el trabajo de realizar un mundo mejor. Su poder no es una píldora que nos hace invulnerables, y la aceptación de su plan nos compromete y nos mueve a superar todas aquellas ataduras que no permiten dejarnos alcanzar por su amor y transmitirlo. Sin embargo, toda nuestra labor no es otra cosa que una adhesión a su acción creadora y plenificadora, fruto de su amor.
Pidámosle, pues, al Espíritu de Dios que nos convierta en colaboradores de su acción en el mundo para transformarlo en su reino de paz, justicia y amor.