Entrada triunfal en nuestras vidas

Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Fr. Juan Manuel Martínez Corral
Real Convento de Ntra. Sra. de Candelaria, Tenerife
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Es sugerente cómo el Domingo de Ramos nos presenta el escenario de la ciudad de Jerusalén: en esos días previos a la preparación para la Pascua se rezuma en ella un ambiente de ajetreo, desplazamientos y algazara. Por eso, se puede decir que son días de fuertes contrastes en los que ya se van a ir definiendo dos grandes posturas, realmente muy contradictorias, como podemos observar a vuela pluma. Las actitudes de dos sectores: los que quieren quitarse a Jesús de en medio, pero también los que lo aclaman como Rey. Posiblemente en nosotros interiormente puede que alguna vez andemos divididos, sin saber muy bien dónde nos agarramos o qué postura es la que tomamos ante ciertos acontecimientos de la vida, o lo que me dice a mí ese profeta de Nazaret de Galilea.


“Con los aromas recién amanecidos de esa mañana de primavera, en que las golondrinas juguetean y trazan surcos en el cielo con su impecable canto, Tú, Jesús, a lomos de un borrico entras glorioso en Jerusalén, te tienden un manto de flores y ramas, mientras que el corazón prisionero por el sentimiento grita: ¡Hosanna en el cielo! ¡Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea!”... Aquí se hace palpable la confrontación: ya camino del Calvario, entre tanto gentío ¡qué solo vas caminando, Jesús! Pero el ojo humano sigue ciego, no ve; siguen con la sed de justicia: "Su sangre caiga sobre nosotros", "¡Salve, rey de los judíos!". La soledad y el abandono se hacen más fuertes, hasta el extremo: " Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?". Ante ésto, no le queda otra a la tierra que retemblar estremecida, dar gritos piedra contra piedra.


Es interesante reflexionar, atisbar qué llamada recibo yo personalmente de esta amalgama de contrastes; con qué personaje salto yo a escena, qué derroteros toma mi vida cotidiana: ante el Nazareno, pero también ante los que me voy encontrando en la cuneta de la vida.


“Simón, venga, coge con tus brazos y levántalo; que sea tu amor compasivo el que levanta al que sufre, para que pueda seguir su camino”... Nuestras manos deben dejar de ser inertes para que comiencen a realizar la función a la que están llamadas: aliviar la carga, abrirse para el servicio al bien del hermano. De ese madero seco debemos florecer, es decir, que debemos abandonar todo lo que en nosotros es árido, estéril, para dejar paso a la triunfal Redención.


“Verónica, en el camino te encontraste con Él; posiblemente sus ojos andaban buscando a alguien, y tú, llevada de esa piedad impetuosa, llegas y te rindes de rodillas ante tal injusticia, para enjugar su rostro con el paño tibio de tus lágrimas. Quieres ver su rostro más de cerca, poder escuchar su aliento”… En definitiva, ese encuentro no nos puede dejar iguales: ver la plenitud de su mirada nos debe llevar a enjugar tantas lágrimas que caen a causa de la injusticia.


“María, tú que sentiste en tus pulsos el frío hierro de sus clavos. Tú que en silencio lo fuiste acompañando toda la vida, mientras meditabas en lo secreto de tu corazón ese intento de comprender el enigma de este caminar, en el que el cielo se abre por el camino de la Santa Cruz. Pues bien, María, tu Hijo quiere entregarte a ti como herencia suya a todos aquellos que les agobia el peso del sin sentido, a quienes gritan en la desolación. Tú fuiste capaz de comprender ese testamento espiritual, que confió Jesús a los suyos: No hay AMOR más grande que dar la vida por los amigos"...


Ante estas escenas se pueden sacar muchas conclusiones, pero un denominador común puede ser el deseo que hay en el corazón humano por la búsqueda de la verdad, y ante esa búsqueda cómo nos vamos posicionando cada uno de nosotros frente a Jesús. El Nazareno viene a dar un toque de atención sobre la coherencia de vida que debemos llevar, que está por encima de todo prejuicio mediocre, político o religioso. Debemos actuar conforme a la Ley divina, que no es otra cosa que el AMOR. Lo que llevó al centurión a confesar: "realmente este es hijo de Dios".