«¡Feliz tú, que has creído!» — IV DOMINGO DE ADVIENTO
Llegamos al cuarto domingo de adviento. El tiempo de espera está culminando. La última vela que nos ilumina el camino se enciende para concedernos toda la claridad, y así llegar directo hacia aquel que es la luz del mundo. Estos días de preparación nos invitan a reunirnos, a visitar, a encontrarnos con el Salvador que nace.
El tiempo de alegría se vuelca hacia la última expectativa: está a la puerta el Emmanuel. Y desde la iniciativa de Dios, aprendemos hoy que la felicidad se comparte en familia. Es una felicidad que se demuestra y se reconoce. Así lo relata la frase: «¡Feliz tú, que has creído!». Este es el saludo de Isabel a María, lleno de júbilo por saber que la voluntad de Dios se cumple en su prima. Es en María donde se hace visible la búsqueda, la entrega, y también en la actitud de visita.
A su vez, el pasaje nos relata las consecuencias de esta alegría: Isabel y María se encuentran aún con las complicaciones y cuidados de los embarazos. Saben de los sacrificios, esfuerzos extra que esto implica, y sin embargo, importa más la vida, el nacimiento, la familia. En esto, debemos tener en cuenta la disposición de María para ir hacia su pariente, que, adentrada en años, tendría necesidad de alguna ayuda. Porque, si nos ponemos a pensar en este viaje, ¿el hecho de que María llevara en su seno al Salvador no sería razón suficiente para ser ella la visitada? ¿Acaso el Rey de reyes se iba a poner a servir a la familia de Isabel incluso antes de nacer? Ciertamente, es en el servicio y en la humildad donde brota el Reino. La sencillez lo hace posible.
Así es el amor de Dios, que exalta lo sencillo y humilde. Es en la condición de darse, de pensar en el otro, de atender, de dejar a un lado las comodidades propias para ir al encuentro de los necesitados, donde hallaremos el amor. Que sea así también en nosotros, realizando en los demás, todas las cosas positivas que podemos hacer. Y de esta forma, desde el encuentro con los seres queridos, enviemos al mundo un mensaje de esperanza y de amor que nos hace felices, porque el Señor está con nosotros.