I Domingo del Adviento: Cristianos despiertos
En muchas ocasiones y de diversas formas decimos que «queremos la paz». La gente la desea y la grita en protestas, los políticos construyen argumentos en relación al anhelo de la paz, los partidos políticos la incluyen en sus programas propagandísticos. Con tantos pueblos sumergidos en conflictos y desgarrados por la violencia ¿quién se atrevería a decir lo contrario?
Nuestra sociedad contemporánea camina junto a una grave crisis sociocultural y económica a nivel universal. Muchos cristianos se suman a las masas desatendidas de la religión: llenos de materialismo, secularizados y rechazando socialmente a Dios. Unos se van silenciosamente, otros se van dejando rastros de su inconformismo.
Muchas veces los cristianos proclamamos la paz individual y colectivamente. Sin embargo, solo lo hacemos como un lamento, exigimos que la paz nos sea dada; incluso tenemos una imagen interesada de la paz. Los cristianos falseamos la esperanza cristiana: nos hemos ido durmiendo poco a poco y lo que está a nuestro alrededor desaparece; el sueño nos evita nuestra conversión y nos hace sordos a la voz de los que nos necesitan.
«Estad en vela, estad siempre despiertos», decía Jesús constantemente a sus seguidores. Su preocupación era que no se apagara el deseo de una verdadera paz, que se durmieran y fueran incapaces de ayudarse mutuamente.
Hoy no es un domingo cualquiera para los cristianos. El primer domingo de Adviento es el comienzo un nuevo año litúrgico con una llamada urgente: «estad en vela… daos cuenta del momento que vivís… es hora de despertar» (Mt 24,37-44). Debemos preguntarnos: ¿Cómo estoy construyendo la paz que tanto anhelo?, ¿qué esfuerzos invierto en mi persona para hacer de mi entorno un lugar de paz? Como cristiano, ¿cómo vivo la esperanza?, ¿me encamino al encuentro de quien espero o simplemente dejo que el
tiempo pase «a ver qué sucede»?
Debemos despertar cada día con la conciencia y responsabilidad ante los acontecimientos que callan el verdadero sentido de un cristiano. Es hora de movilizar nuestras fuerzas por la paz.
Nos puede estar sucediendo «como en tiempos de Noé»: una humanidad distraída en diversos asuntos que no ve acercarse su ruina.
La paz tiene su precio: ante la violencia del odio y la frivolidad, debemos aplicar lo que san Romero llamó «la violencia del amor, la de la fraternidad», que hace que nuestros dones se pongan al servicio de todos los hombres y mujeres de este mundo y generen la verdadera esperanza de vida.
Nuestro camino es hacia la vida, y es la vida misma la que se nos acerca. Nació en el pueblo pobre de Belén, nace en medio de nuestra pobre fuerza para ser cada día felices, y llegará el día en que todas «las naciones confluirán» en las manos del Dios de la paz. Pero para ello los cristianos debemos ser cada día otro Cristo en la tierra.