II DOMINGO DE CUARESMA - La cuaresma es también un tiempo para transfigurar la vida
Antes de preguntarnos sobre qué podemos hacer en esta Cuaresma, tendríamos que dialogar sobre lo que ella es exactamente y qué sentido tiene en el marco del año litúrgico, pues podríamos tener ideas erróneas y, por tanto, vivirla mal a pesar de nuestras buenas intenciones.
Para muchos la cuaresma es tristeza, ascesis, penitencia. Sin embargo, para nosotros los cristianos es la vibración de algo mucho más grande, el triduo pascual: Cena del Señor, su Pasión y su Resurrección, porque lo que verdaderamente nosotros tenemos que celebrar, vivir y sentir es la victoria de Cristo sobre el pecado, sobre la muerte, sobre lo que nos hace menos humanos; la posibilidad real de ser personas libres y liberadores, la posibilidad de formar lazos profundos entre unos y otros, donde es posible el amor y el entendimiento, donde nos sentimos libres de todas las dominaciones del miedo a la muerte y los otros miedos que nos amenazan. Cuaresma es el tiempo en el que podemos comprobar que nunca estamos solos ni abandonados. Nuestra vida tiene sentido, riqueza y fecundidad en los brazos de Jesucristo resucitado que está en nosotros y lo hace por nosotros.
El evangelio de este segundo domingo de Cuaresma nos presenta una escena muy conocida, la «Transfiguración». Jesús se retira a orar en un monte, y lleva consigo a tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Durante la oración el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. Jesús manifiesta a Pedro, a Santiago y a Juan su identidad más profunda, oculta tras el velo de su humanidad. La luminosidad de sus vestidos manifiesta su divinidad. El Mesías no es solamente un hombre, sino Dios mismo que se ha hecho hombre.
En el momento de su transfiguración aparecieron dos hombres, Elías y Moisés, conversando con Jesús: Moisés representa «la Ley» y Elías «los Profetas», el conjunto de las enseñanzas divinas ofrecidas por Dios a su pueblo hasta entonces. Toda la escena tiene al Señor Jesús como centro, Él está muy por encima de sus dos importantes acompañantes, y por eso hay que escucharle.
La Transfiguración del Señor en el monte Tabor, más allá de ser una manifestación momentánea de la gloria de su divinidad, quiso ser como un anticipo de su propia Resurrección, así como también una pregustación de la gloria de la que participarán aquellos, que tomando su propia cruz sigan al Señor. El Señor enseñaba a sus discípulos que, si bien no hay cristianismo sin Cruz, tampoco hay Pascua sin Viernes de Pasión, aunque no todo queda en el Viernes de Pasión, sino que éste es el camino hacia la Pascua de Resurrección y a la Ascensión. Para quien sigue al Señor, la Cruz es y será siempre el camino que conduce a la Luz, a la gloriosa transfiguración de su propia existencia.
Otro elemento que podemos subrayar en este texto es la voz que se oye entre las nubes, que aclara las dudas de Pedro que parece que está confuso, todavía no sabe quién es Jesús, y por eso lo coloca en el mismo plano que Moisés y a Elías. Estas palabras: «este es mi Hijo, el elegido, escuchadlo» son las palabras del Padre para corregir a Pedro que debe escuchar es a Jesús, él es quien trae el mensaje de salvación, pues Él es la verdad. Fuera de su mensaje no se encontrarán palabras tan alentadoras y humanizadoras. Por tanto, escuchar a Jesús y seguir su mensaje transforma la vida y es deber de todo cristiano.