La Esperanza de un Mundo Nuevo
4º Semana de Adviento
Los cristianos creemos que el mundo salió bueno de las manos de Dios. Pero hemos de enfrentarnos al hecho de que por todas partes hay mal. Millones de seres humanos sufren hambre, sed, violencia, maltrato, persecución, injusticia. No lo sufren porque sí, porque la naturaleza sea “cruel” o tengamos defectos de factura. Lo peor es que habitualmente los humanos sufren a causa de los otros humanos. Muchas personas pasan deliberadamente por encima de otras, las machacan, con tal de salvaguardar su propia seguridad, su beneficio económico, su religión o su ideología. Vivimos en un mundo en el que por todas partes se cumple aquello que escribió Tito Macio Plauto: lupus est homo homini, lobo es el hombre para el hombre. A veces ocurre de manera sofisticada y finamente calculada, como en los dirigentes y poderosos de la tierra. Otras es de un modo casi inconsciente, pero cómplice, como ocurre con nuestros estilos de vida consumistas y neoliberales.
¿Qué le pasa al mundo? ¿Ha enloquecido? ¿Es un desastre? ¿No valdría más que terminase de una vez por todas y esta especie dañina dejase de existir? ¿Qué sentido tiene tanta cantidad de mal, tanto pobre sufriendo al poderoso? ¿Qué es tanta violencia contra el hombre inocente? ¿Qué sentido tiene sufrir para morir seguro un día? ¿Qué es toda esta gran contradicción en lo hondo de la creación que la destruye, que la enfrenta consigo misma, que la deja en menos que ridículo ensayo de un hacedor de pacotilla?
Sólo he encontrado un modo satisfactorio de enfrentarse a estas realidades, y es vivirlas con esperanza. La esperanza no niega el mal, no es optimismo ingenuo o hipócrita, de ese que veremos hasta lo vomitivo estos días de Navidad. Tampoco es pesimismo, pues no se agota en la realidad presente, en la limitación presente. Como una luz al final del túnel, como una estrella en mitad de la noche, la esperanza sabe guiar nuestros pasos hacia algo mejor. Gracias a la esperanza sabemos que la creación entera será un día transformada por completo para ser solamente buena, para que exista sólo el bien. La esperanza es la noticia que tenemos de lo que está por venir. Y es una buena noticia, porque anuncia que lo porvenir es bueno. La esperanza no se agota en la espera pasiva, sino que urge al compromiso con esa luz entrevista a tientas en las tinieblas. Si uno ve la luz al final del túnel no se queda esperando a que la luz le alcance. Al contrario, se mueve, camina, corre cuanto puede por alcanzar la ansiada salida.
La esperanza en cristiano también es luz. Luz que vino al mundo como hombre, para iluminar a todos los seres humanos. La fiesta de Navidad nos recuerda el nacimiento de esa persona, Jesús de Nazaret, que portaba el designio divino para la realidad entera, la buena noticia según la cual el mundo entero sería un día transformado por completo, según la cual el mundo entero estaba ya siendo transformado por completo. Leer la realidad desde una perspectiva esperanzada nos hace trabajar para que un mundo lleno de mal, como del que hablaba al principio, se transforme en un mundo, ya ahora, preñado de un futuro mejor. Laborar en este sentido es colaborar con los planes de Dios. Es hacer su voluntad y confiar en que un día tenga a bien llevar a plenitud lo que aquí sólo alcanzamos limitada y provisionalmente. ¿Sabremos renunciar a nuestras seguridades para encontrar nuestro apoyo sólo en Dios? ¿Sabremos morir a nuestro deseo de poseer para poseer sólo la gracia y experimentarlo todo como don? ¿Podremos cambiar nuestra forma de vida para que el mundo pueda ser más justo, aún teniendo que renunciar a nuestras comodidades? ¿Dejaremos de dañarnos unos a otros para defender nuestras patrias, nuestras religiones o nuestras identidades? La esperanza activa, que busca hacer la voluntad del Padre y poner por obra su palabra, es el núcleo del sentido de la Navidad. Lo demás, es celofán y adorno.