La Presentación de la Virgen María
María, una vocación de ofrenda
El 21 de noviembre la Iglesia celebra la memoria de la Presentación de Virgen María. Esta antigua tradición surge de escritos apócrifos según los cuales los padres de María, siendo esta niña, la llevaron al templo de Jerusalén y la dejaron allí para que fuera preparada e instruida en la religión y en los deberes para con Dios. Pero más allá del relato piadoso encontramos un origen histórico que se remonta al año 543 con la dedicación de la Iglesia de Santa María la Nueva, situada junto al templo de Jerusalén. Esta conmemoración, que en Oriente data desde el siglo VI, contiene un significado relevante para el acercamiento a la figura de María y para nuestra propia condición de seguidores de Cristo.
La presentación de la Virgen María no es la más destacada de las fiestas marianas pero ésta concede un sentido al resto de las celebraciones ya que parte de la consagración inicial de la Virgen. La relevancia de la figura de María en el cristianismo y su implicación en el proyecto de salvación de Dios requieren de ella una actitud de entrega y servicio que no se consigue en un ejercicio altruista y voluntarista sino que necesita de una consagración que implique toda la vida. La idea de la presentación desde muy pequeña encierra la historia de una vocación que pone los orígenes de la llamada al comienzo mismo del andar por este mundo. Con la llamada vocacional la vida comienza a entenderse desde la relación con Dios en un proceso de crecimiento, maduración, discernimiento y vivencia de la fe para desembocar en el compromiso.
Desde esta perspectiva vital, toda llamada tiene que responder con la donación. La persona se ofrenda a Dios, pone su vida en manos del autor de la Vida y establece una relación que implica toda la existencia. Al situar en María desde temprana edad la presentación en el templo, sugiere su dedicación y ofrecimiento a Dios, que será desde el primer momento una señal de identidad para la madre del salvador. Esto nos viene a decir que todo lo que acontece en la vida de las personas que se abren a Dios y acogen su Espíritu, queda mediado por la gracia. En María lo reconocemos y la nombramos "llena eres de gracia", pero en cada uno de nosotros, como don de la fe, la gracia apoya la decisión responsable sin anular la libertad humana.
María ofrece al Señor todo lo que tiene, todo lo que puede hacer, y todo lo que es; es decir, se da a Él sin reserva. Esta es la clave relevante de esta celebración: hacernos ofrendas vivas que se presentan ante Dios haciendo donación de si y dotados del convencimiento de filiación. Somos hijos de Dios, queridos y amados por el Padre Bueno que renovamos en su presencia nuestra condición.