Lo nuevo: el amor de Dios
II Domingo del Tiempo Ordinario
La primera lectura y el Evangelio de este II domingo del Tiempo Ordinario nos hablan y nos hacen sentir la presencia de algo nuevo, de lo nuevo que se siente a través de las palabras en forma de promesas de parte de Dios a su pueblo; pero ¿qué es lo nuevo? Lo nuevo es el amor de Dios para su pueblo, su creación, nosotros. En la primera lectura del libro de Isaías (tercer Isaías), Dios expresa sentimientos de enamorado, expresa su enamoramiento, su fidelidad al pueblo. Al decir Dios al pueblo: “ya no te llamarán “abandonada”, ni a tu tierra “devastada”; a ti te llamaran “Mi favorita”… da la impresión de que ya viene algo nuevo. Eso nuevo es: la salvación, la paz, la alegría…
Puede ser que alguien diga que el amor de Dios ha estado ahí siempre, que aún está y que por tanto no es nuevo. Pero no es lo mismo saber que el amor de Dios ha estado ahí siempre, que dejarse penetrar por ese amor, dejarse encontrar por Él, vivirlo, practicarlo, navegar en ese inmenso mar de su amor. Una vez más, Dios sale al encuentro de su pueblo, como el amado sale al encuentro de su amada. Atrevámonos a dejar que el amado, Dios, nos encuentre y nos exprese su enamoramiento. Suena bonito esto de dejarnos encontrar y enamorar por el amado, pero es más bonito creérselo y ponerlo en práctica; poner en práctica el dejarnos arropar, embeber, abrazar por el amado.
Juan en el Evangelio de hoy nos presenta la escena de La boda de Caná, en la que tiene mucha tela por donde cortar. En este relato, se ven algunos que otros puntos que, analizados, se muestran un tanto paradójicos, como por ejemplo que, aunque la escena se desarrolla en una boda, no se mencionan con frecuencia a los novios; cómo es que en una boda se esté acabando el vino, cuando es sumamente importante para las personas de ese tiempo y religión tener en dichas celebraciones abundante vino.
María actúa como una persona muy atenta y va a su Hijo a pedirle ayuda para esos novios. Podríamos decir que María destaca mucho en esta narración. Podríamos decir, también, que María actúa como intercesora, y que por su intervención es modelo de intercesión para nosotros (lo cual es verdad, lo es, es modelo de intercesión, ¡bendita eres, María, gracias por darnos a Jesús!) y muchas cosas más podríamos decir de María. Ella no busca en ningún momento destacar, sino que su pretensión es que toda la atención se dirija hacia Jesús, ya que le deja todo el terreno a Él. También, si nos fijamos bien, el autor de este texto quiere que toda la atención vaya dirigida hacia Jesús. Luego de que María dijera a Jesús “no tienen vino”, y a los siervos “haced lo que él diga”, Ella desaparece de la escena. Ahora bien, quien destaca es Jesús como salvador del momento al convertir el agua en vino. Fue un milagro y a la vez un signo. ¿Qué signo? El signo de que ya llegaba lo nuevo para el mundo. Con este milagro (SIGNO), Jesús viene a sustituir las antiguas prácticas judías por algo nuevo y bueno, simbolizado por el vino excelente.
Es genial ver cómo con un signo así, (primero de los realizados por el Señor al inicio de su larga predicación del reino, la buena nueva), Jesús anuncia la llegada de lo nuevo, de tiempos nuevos para la humanidad, de la nueva alianza. Sabemos que el agua convertida en vino simboliza novedad. Ahora bien, qué entendemos por novedad. En particular, la novedad es el profundizar en ese inmenso amor de Dios. Todos sabemos que Dios nos ama, pero hay más de lo que sabemos. A veces solo nos quedamos en lo poco que sabemos y no profundizamos en ello, no profundizamos porque aún hay agua en nuestro recipiente. Agua que no hemos dejado, ni hemos aceptado que Jesús la convierta en vino (el agua que hay en nuestro recipiente son esas ideologías erradas, las cuales no quisiéramos cambiar, pero que sí se deben cambiar, para no quedarnos en el simple saber que Dios nos ama). ¿Qué estamos dando a nuestras comunidades, a nuestra gente, a nuestro trabajo pastoral? ¿Que les damos? ¿Agua ya convertida en vino o solo agua? Nuestra vida espiritual, social, familiar, pastoral y religiosa se debe ir renovando, cambiando lo viejo por lo nuevo; por lo nuevo en Cristo, Jesús, Señor nuestro.
Es evidente que hay personas que saben que Dios nos ama, pero no viven ese amor. No dejan que su agua sea convertida en vino. Muchos somos por dentro una fiesta, un banquete, una boda, pero se nos acaba el vino y solo hay agua. Roguemos a Dios que su Hijo, que es todopoderoso, transforme nuestra agua en vino. Pidamos a Dios que podamos vivir su amor, para descubrir lo nuevo que hay en Él y ayudar a otros a descubrirlo. Amén.