Más grandes que Juan el Bautista
2º Semana de Adviento.
El tiempo de Adviento nos propone como modelo a Juan Bautista. Hablar sobre él es hablar de una de las figuras más grandes de todo el Nuevo Testamento. Según el Evangelio de Lucas, era hijo de la anciana y estéril Isabel y de Zacarías, uno de los sacerdotes que presentaban ofrendas en el Templo. A Juan Bautista las primeras generaciones cristianas lo vieron siempre como el hombre que preparó el camino a Jesús. Juan, profeta coherente hasta el martirio por causa de la verdad, es llamado por el mismo Jesús «el más grande de los nacidos de mujer». Aunque no debemos olvidar que nosotros somos más afortunados que el mismo Bautista, por conocer a Jesús y pertenecer a su Reino.
Juan Bautista, como buen profeta, anunciaba algo por venir: «convertíos», «preparad el camino del Señor, allanad sus senderos»; este era su mensaje. Los profetas de hoy no anuncian lo que ha de venir, de ahí su superioridad sobre Juan, sino que proclaman lo que está, es decir, el Reino. Nada más y nada menos que el acontecimiento lleno de la cercanía de Dios en la vida presente, actualizado en cada persona, vivido aquí y ahora. Anuncian el amor radical e ilimitado por parte de Dios, pero sobre todo, el amor social al prójimo. La señal de la irrupción de los tiempos anunciados por los profetas, incluido Juan Bautista, es el signo mayor de Jesús, es decir, su opción por el pobre y el excluido como destinatarios y sujetos privilegiados del Reino de Dios.
A ti que puede ser que te estés planteando la posibilidad de optar por nuestra vida, y llegar a ser fraile dominico, te invito a que contemples nuestra vocación profética. Como profetas nos toca anunciar este Reino y por eso el tiempo de Adviento nos propone mirar a Juan Bautista. No quiero decir con esto que tengamos que vestir con piel de camello, vivir en el desierto y comer miel silvestre y saltamontes; pero sí que agudicemos nuestra predicación profética y proclamemos la esperanza del Evangelio. Sí, somos profetas, pero no profetas de perdición o desgracia; no anunciamos malas noticias. Tampoco somos moralistas que amenazamos con castigos o creamos sentimientos de culpa. Somos profetas de esperanza, la que devolvemos a través de nuestras palabras de gracia, a los que se hallan oprimidos, allanando todos los senderos de los odios, marginaciones, discordias, enfrentamientos, injusticias… empezando por nuestro corazón, pasando por la comunidad y proyectando hacia el mundo.
Este Adviento haremos realidad su mensaje, si bajamos de nuestros cielos particulares para ofrecer esperanza y anticipar el futuro. Hoy en día no se aceptan con facilidad las voces proféticas, porque exigen un cambio de vida. En el proceso evolutivo de nuestra fe, esos cambios son necesarios. Por eso, desde mi punto de vista, es importante hacer una lectura seria de la necesidad del cambio. Cambiar porque esa verdad que se nos anuncia y anunciamos, nos orienta a la propia libertad, hacia una existencia más humana, más sana y, en definitiva, más dichosa; cambiar porque esa verdad profética nos pide, al igual que a Juan el Bautista, que manifestemos con nuestra vida que otro mundo es posible, que hay una alternativa, porque es posible un mundo de amor y justicia, de paz y de felicidad.
Nuestra predicación profética y de la gracia para el mundo, fruto de la intensa contemplación en el estudio, es nuestra herramienta primordial para gritar que es necesario que Dios siga naciendo hoy en nuestra cultura y en nuestras vidas; para que la revelación sea aceptada hoy y manifieste su vigencia en nuestros días. Que en este Adviento se nos note la santa locura de amar, el alto entusiasmo de estar llenos de ilusión y de vida, porque para eso somos más grandes que Juan el Bautista.