Mis ovejas escuchan mi voz - IV DOMINGO DE PASCUA
Jesús no hablaba de sí mismo, no hacía discursos de autodefensa. El centro de su vida y su misión eran su especial relación con el Padre y el anuncio del Reino de Dios. Cuando en algún momento lo hacía, era en esta misma dirección, para dejar claro cuál era su misión o cuál era el camino para establecer una verdadera relación con Dios. Tal es el caso del evangelio que nos presenta la liturgia en este cuarto domingo de Pascua. Jesús, en este breve fragmento del Evangelio de Juan, nos da las claves sobre cómo debe ser nuestra relación con él para corresponder con el Padre. Tal como él afirma: «Yo y el Padre somos uno».
Lo primero es escuchar la voz del Señor, estar atentos a su palabra. Entre tantas voces que se alzan en nuestros días y con tantas variadas propuestas, debemos ser capaces de escuchar a Jesús. Hemos de estar dispuestos a abrirnos al mensaje de Jesús y acogerlo en nuestro corazón. Esta escucha y acogida deben luego traducirse en acciones que muestren que nos hemos dejado transformar por ella a través de los frutos en nuestra vida; frutos y obras que son signos de que estamos en el camino del seguimiento del Señor. Es esta la segunda clave para el camino de nuestra relación con el Padre: el seguimiento de Jesús.
Escuchar y seguir al Maestro implica descubrirnos «suyos», descubrirnos como ovejas de su rebaño, a las que él conoce, cuida y da la vida. Debemos tomar conciencia de que ante Dios no somos un número, no somos uno más. La relación es personal: Jesús nos conoce y nos llama por nuestro nombre. Conoce nuestras vidas incluso mejor que nosotros mismos, y nos acepta y ama. Es el amigo bueno de cada uno de nosotros y nos sostiene para que nadie nos arrebate de su mano.
Es, en fin, un movimiento en el que la iniciativa la tiene Jesús, que nos ofrece su mano y su palabra. Una oferta de amor a la que, libres y confiados, debemos responder y ponernos en camino junto al Pastor. Pero no es un camino pasivo, sino que debemos ser todos buenos pastores para los demás. Tenemos que ser cercanos a nuestros hermanos, atentos a sus necesidades, cuidarlos con esmero y entregar nuestras vidas al servicio del Evangelio, que es servicio de amor.