Muerte y vida

Muerte y vida

La semana pasada, en el Evangelio, Jesús curaba a un ciego de nacimiento. A pesar de dicho signo muchos seguían sin comprender quién era Jesús y, por tanto, eran incapaces de creer en él. Tanto que hoy algunos recriminan a Jesús haber sanado al ciego y haber sido incapaz de curar a su amigo, al que amaba.

El amor es más fuerte que la muerte. Y Dios es amor.

No así Marta, la hermana de Lázaro, que cree en la fuerza sanadora de Jesús. Tanto que de sus labios escuchamos la mayor confesión de fe de todo el Evangelio: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Jesús es el enviado del Padre, que ha venido al mundo a darnos vida. Marta, al igual que su hermano Lázaro y su hermana María, amaba a Jesús. Por eso lo conocía de verdad. El amor y el conocimiento verdadero, profundo, están íntimamente relacionados. Marta, en medio del dolor, cuando escucha decir a Jesús que él es «la resurrección y la vida», le cree.

Son momentos difíciles en los que muchos pueden identificarse con el dolor de Marta y el reproche que le hizo a Jesús: «Si hubieras estado aquí». Este «si hubiera» puede tener muchos apellidos: si hubiera llamado a tal persona; si hubiera dedicado más tiempo a; si hubiera podido abrazarle más; si hubiera… Pensamos entonces en un futuro lejano, como Marta. Sin embargo Jesús nos devuelve al hoy, al presente, a ver semillas de vida en medio de la desgracia y la muerte. Curiosamente, la resurrección de Lázaro desencadenará la pasión y muerte de Jesús. Aquel que es la Vida va a morir por dar vida. Y en su muerte nos dará la Vida. Porque el amor es más fuerte que la muerte. Y Dios es amor.