Pelícano Bueno - Corpus Christi
Desde muy antiguo, la iconografía cristiana ha representado a Jesús con la imagen de un pelícano. Su significado simbólico radica en que esta ave, en tiempos de escasez, cuando sus polluelos están muy hambrientos, en lugar de dejarlos morir de hambre, los nutre con la carne y sangre que saca de su pecho con su propio pico. Tan admirable comportamiento condujo a relacionar a esa ave con Jesucristo, quien ofrece su propio cuerpo y sangre en la eucaristía para alimentarnos. Esta comparación también está presente en algunos himnos tradicionales, como el Adoro te devote, de nuestro hermano dominico santo Tomás de Aquino, el cual dice en una de sus estrofas «Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con tu sangre»; así como en muchos padres de la Iglesia, interpretando el salmo 102,7, incluso en esculturas y textos literarios como la Divina comedia, de Dante Alighieri.
Ciertamente, este es un acto auténtico de amor: él mismo nos da de comer de su carne y de su sangre. Esta solemnidad del Corpus Christi podría verse como un duplicado del Jueves Santo; sin embargo, las lecturas de este ciclo A tienen un matiz diferente: está relacionada directamente con la comunidad y la caridad. La eucaristía es un alimento saludable que nos hace sentirnos hermanos, comunidad, asamblea eclesial, miembros del cuerpo místico de Cristo: «Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1 Co 10,17).
Hay que amar con la mente y el corazón, con todo nuestro ser.
Pero no es un alimento cualquiera: «Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron. El que come este pan vivirá para siempre» (Jn 6,58). Así lo anunció Jesús en el discurso eucarístico sobre el pan de vida, en la sinagoga de Cafarnaún «al día siguiente» de la multiplicación de los panes. La eucaristía, como misterio profundo de amor, es el centro de toda la vida y liturgia cristiana, es la máxima expresión de fe de la comunidad donde Cristo se hace presente, es decir, de la forma como el cristiano quiere vivir el misterio de Cristo en profundidad. Estos son los principios teológicos muy bien especificados, pero ¿es también la realidad que vivimos en nuestra comunidad?
Jesús, el Pelícano bueno, se entregó con y por amor, para y por nosotros. La vivencia eucarística es imposible sin una comunión fraterna de amor. No puede concebirse una comunidad dividida y enfrentada en desunión total. Puede haber en la asamblea pobres y ricos, de diferentes ideologías, razas y naciones; pero todos en igualdad y amor de hermanos. Y esto, ¿realmente lo hacemos vida? El amor a Dios y el amor al prójimo deben estar intrínsecamente unidos.
La eucaristía es misterio de comunión con Dios, pues «comemos» a Cristo no para masticar su cuerpo, sino para asumir su espíritu, para llenarnos de su vida, comprometernos e identificarnos con él. Pero también es comunión con nuestro prójimo, pues se comulga para ir haciendo comunidad, para acercarnos más unos a otros. Si comulgamos el mismo pan, si recibimos la misma savia, si pertenecemos a la misma vid, si formamos parte del mismo Cuerpo, es para vivir en concordia, en amor fraternal, en encuentro mutuo, y no para desconocernos, enfrentarnos o vivir egoístamente. Es para servir a los demás, pues el Corpus es también día de la caridad.
Comemos del mismo pan para servir, uniéndonos a Jesús, el gran servidor. Para compartir los panes, para cuidar o acompañar a los enfermos, para trabajar y luchar por la justicia, para «simplemente» quedarnos en casa como lo hicimos ante la pandemia amenazadora y desconcertante que vivimos y cuyas secuelas sufrimos, «guardarnos» por el bien de nuestros hermanos. Esta es la dimensión operativa del amor. Hay que amar con la mente y el corazón, con todo nuestro ser. Si después de comulgar seguimos siendo insolidarios, si solo seguimos preocupados por nuestros problemas e intereses, si no vemos al hermano necesitado, entonces, tendremos que preguntarnos para qué sirve nuestra comunión. Como expresó san Justino en el siglo II: «La eucaristía es el momento en que los cristianos comparten, cada uno lo que tiene, con aquellos que lo necesitan». Como una entrega y acto de amor.
Que a ejemplo del Pelícano bueno, contemplando ese gran misterio de amor, y que al comer su cuerpo y al beber su sangre, aparezca en nosotros una motivación sincera para velar por los demás, para vivir, en un amor fraternal, como hermanos y amigos que se encuentran para compartir la vida.