Salvación o Amar a Cristo
Vigésimo Primer Domingo del Tiempo Ordinario
Acerca del tema de la salvación, dentro del cristianismo, han corrido ríos de tinta, sobre como será dicha salvación, cuándo, cómo y a quién se realizará la tan citada salvación. En la actualidad oímos en ocasiones alguna alusión a la salvación, pero en realidad ¿Sabemos qué es la salvación?
En mi opinión creo que partimos de una premisa clara y contundente: la salvación es el mismo Jesucristo. Ahí está la clave fundamental de nuestra existencia y de nuestra experiencia cristiana. Dicho así, esto es muy bonito y sugerente, pero cómo es que es Jesús la salvación.
Pues resulta que dentro de su programa de vida, Él me llama para que forme parte de ella, para que entre en relación directa con Él y, a la vez, consiga ser más feliz y obtenga una vida llena y plena. De este modo tan sencillo y simple es como se entra en la pedagogía de la salvación. Si bien este enunciado es sencillo y teóricamente alcanzable, luego comprobamos a menudo que no lo es tanto, más bien es lo contrario, se perfila muchas veces pesado, triste y sin motivación.
También fruto de una visión negativa de esta salvación, ha sido ofrecida en clave de condenación donde se presentaba, y en ocasiones todavía se hace, un juicio condenatorio sin más. Esta visión ofrece un Dios continuamente enfadado y en oposición al Dios del amor y de la misericordia.
La salvación abarca a toda la humanidad y esa es la gran grandeza del mensaje de Jesús: no hay distinciones, ni razas, lenguas, etc. Por parte de Dios hay una apertura y un amor tan total, que ningún poder de este mundo es equiparable, por mucho que se quiera adornar o camuflar. Ese amor que brota del mismo Dios, es tan capaz de acogernos que de hecho murió por ello, y no de cualquier forma, sino de una manera terrible. El premio que recibió por ello fue su resurrección, la vuelta a la vida, y esa es nuestra creencia y nuestro dinamismo que nos lleva a un seguimiento primordial y confiado. De este modo, aceptando en vida con radicalidad a Jesús, es como ya participamos de esa salvación que se nota en nuestro obrar diario.
Porque la alegría a la que nos llama el Evangelio va en esta dirección de acogida, de fraternidad, de amor en definitiva. Y esto aun sabiéndonos que no todo lo hacemos bien, que somos débiles, cometemos errores y torpezas, pero aún así nos sabemos salvados, porque somos perdonados por Dios, mediante nuestra adhesión a Él.
A la vez está la salvación que Dios nos ofrece por Jesucristo, que sirve para que nosotros mismos seamos más felices, nos encontremos en lo más hondo de nuestro ser y nos ayude a ser mejores con nosotros y con los demás. Y Él permanece fiel a su alianza de amor con cada uno de nosotros, siempre estando cerca, perdonando y dándonos el Espíritu para que nos sintamos a gusto con nuestra propia experiencia de vida.